21 enero, 2012

UNA MIRADA AL AMOR INFIEL....


Pedro Antonio Curto (Desde España. Especial para ARGENPRE CULTURAL)
Cuando Pablo Picasso pintó Las Señoritas de Aviñón estaba sentando las bases del cubismo y lo hacía con los cuerpos troceados de un quinteto de mujeres que representaban un prostibulo. Su amigo Apollinaire le recomendó que lo llamase El Burdel Filosófico, finalmente tomó el nombre de Aviñón, una calle de Barcelona donde estaban varios burdeles. El cuadro estuvo nueve años sin salir a la luz pública, por la incomprensión de sus propuestas pictóricas y ocultando también lo que esas mujeres representaban, cuestión que continuó semioculta cuando el cuadro se hizo famoso. No es la única incursión que el pintor realizó en el mundo de la prostitución y lo hacía como el proclamó, veía a las mujeres, no como eran, sino como estaban en su cabeza.
La mirada del fotógrafo Ricardo Martínez Moreno no es muy picasiana, pero si tiene algo de creación particular, de mirada que nos lleva a empatizar, a sentirnos próximos, con parte de lo retratado, a pesar de que puedan ser mundos ajenos y lejanos, como los que muestran la exposición Huellas de un amor infiel, donde podemos contemplar fotografías de mujeres de clubes de alterne.
El cuerpo puede representar incorporación y pérdida de identidad, con un extravío que consiste en borrarse del discurso dominante y destinar un particular modelo femenino a las sombras. La mujer, como modelo histórico marginal, pone énfasis en un cuerpo-margen, en una resistencia refractaria al canon cultural masculino. Y esto se puede ver en las fotografía Huellas de un amor infiel. En un blanco y negro donde predomina la oscuridad, ellas, sus cuerpos, representan la luz. Están posando ante la cámara que las mira, ante el ojo que las observa, al igual que lo hacen en sus lugares de trabajo para atraer a los clientes. Pero quizás exista una libertad en esas poses, en particular cuando aparecen en grupo, acercándose a lo pictórico. Son poses y miradas, que buscan la creación del deseo, amoldarse al imaginario y la fantasía masculina, pero solo es una parte. Hasta mediados del siglo XX el ideal femenino se construía a partir del deseo masculino y debía resultar atractivo según los cánones establecidos socialmente.
 
Aunque esto siga vigente, las manifestaciones culturales y sociales que se han levantado contra esa norma, crean una dualidad que se percibe en las fotografías. Es esa creación donde se construyen a ellas mismas, se ofrecen al otro desde un dominio en el que controlan el discurso oculto a través de la transgresión. El gesto transgresor del discurso consiste en poner en circulación un cuerpo femenino por cuya carne transita lo no convencional. Ahí están las miradas o las no miradas, lo que ocultan unos párpados cerrados, el desafío, la luminosidad de la piel en unos sitios en su mayoría cerrados. Pues el cuerpo ha sido un espacio donde se construyen y se combaten las nociones del orden social. Lo que muestran las fotografías de Ricardo Martínez Moreno, no es erotismo o sensualidad al uso, huye de lo escabroso, a través del tamiz que permite el arte, con una cuidada visión escenográfica, poseen ante todo una carga emocional.
 
 Las mujeres aparecen en la intimidad, eliminando el aspecto sensacionalista que nos proporcionan las imágenes mediatizadas de carreteras y prostibulos que ofrecen un aspecto carnal y degradado, arrebatándoles su identidad. No hay degradaciones ni heroizaciones, sino una vía para sentir la piel del otro sin los valores peyorativos con que solemos observar ese mundo y a sus componentes. Las mujeres que contemplamos tienen mucho de personaje, pero quizás ese personaje este dotado de un cierto simbolismo. Es la reducción del cuerpo a imagen, que no solo se produce en la prostitución, sino en la iconografía que nos rodea y frente a la cual, algunas poses y miradas, parecen rebelarse, dar contenido e historia a esos cuerpos.
 
 La escritora feminista Virgine Despentes explica así su visión y experiencia: “Incluso aquello que había visto de masculino en mí, como mi manera de avanzar superrápida y con seguridad, se convertía una vez que me había puesto el uniforme, en atributo de hiperfeminidad. Al principio eso me gustó, convertirme en esa otra chica. Era como hacer un viaje, sin cambiar de sitio, pero entrando en otra dimensión. Inmediatamente, desde que llevaba el disfraz de la hiperfeminidad puesto: un cambio de autoafirmación, como cuando te metes una raya de coca.” Así vemos un tatuaje en una de las mujeres fotografiadas, es un corazón, pero no el clásico corazón de trazos fáciles, sino uno carnal y autentico, con sus venas, atravesado por flechas, llevando una banda donde figura la palabra destrucción. ¿Cuál es esa destrucción?
 
Quizás la de la normalidad, la de una cierta normalidad, porque el amor infiel al que hace referencia el título de la exposición, es el microclima que crea el burdel. En la película L´Apollinaire-Souvenirs de la maison close, se retrata un burdel de lujo a principios del siglo XIX. Es un mundo cerrado y algo decadente, pero a la vez embriagante, dotado de una seducción que no es solo el de la pieles, sino que va más allá, a una ternura rasgada aunque sea mercenaria. Y algo de eso es lo que muestra la exposición. En una de las fotografías nos encontramos con una mirada cándida y pensativa, situada en un punto indeterminado, una mujer sentada en el borde de una bañera y sobre su cabeza, un cuadro de ángeles. Una escena que nos lleva al origen sagrado de la prostitución del que hablase George Bataille, donde la prostituta se situaba junto a la autoridad religiosa. Luego vinieron los sucesivos desahucios que ha padecido ese mundo, la misma religión que lo condenó moralmente, el capitalismo que convirtió a las prostitutas en lumpen proletariado, la actual situación donde la ilegalidad y la marginación entrega buena parte de ella a las mafias, y un sensacionalismo amarillista que la envilece y crea confusión.
 
Esos claroscuros, esas contradicciones, tan brutales como humanas, belleza y destrucción, son las que se muestran en las fotografías de Ricardo Martínez Moreno. Porque el amor infiel al que se alude, no deja de ser un cierto tipo de amor.