23 abril, 2012

"SOY ACREEDOR AL PREMIO CERVANTS POR EL LIBRO QUE ESTOY POR ESCRIBIR"....

El nieto de Nicanor Parra lee varios antipoemas de su abuelo en la ceremonia de entrega del galardón

El príncipe Felipe preside el acto al que no pudo asistir el Rey


"Le he dejado en Chile, rodeado de libros, la mayoría de ellos versiones del Quijote", ha contado sobre su abuelo el joven Ugarte. "También había varias enciclopedias abiertas, con las paginas más importantes señaladas con bolsitas de té", ha añadido el nieto del antipoeta por excelencia al comienzo de una de las entregas del Cervantes más cortas de la historia, con sus menos de 40 minutos.

Nicanor Parra se encontraba a miles de kilómetros pero sí estaba en Alcalá de Henares la máquina de escribir con la que redactó muchos de sus antipoemas. A pocos metros de ella, el nieto del poeta chileno iba leyendo una decena de creaciones de Parra, de ¿Esperaba este premio? a Soliloquio del individuo, de Existe a El hombre imaginario.
También estaban todas las identidades del poeta chileno, al menos según el ministro de Cultura, Deportes y Educación, José Ignacio Wert. "Saludamos a Nicanor Parra y a todos sus alteregos: mister Nadie, el hombre imaginario, el antihéroe, el individuo".

Ante la cantante Patti Smith, el director de la RAE, José Manuel Blecua, el director del Cervantes, Víctor García de la Concha, el exdirector general del Libro, Rogelio Blanco, entre otros invitados al evento, el príncipe Felipe también ha homenajeado al ganador del Cervantes, al que se ha referido como un "gemelo de Cervantes".

Para el ministro Wert, Parra "es un fracontirador de la poesía que lo relativiza todo. No es un sabio que nos abruma con sus verdades, sino un hombre corriente, que se equivoca. En vez de un lenguaje oscuro nos habla con palabras de la vida cotidiana. La poesía, con Parra, sale a la calle. O, como dijo él: 'Los poetas bajaron del Olimpo".

Más que bajar, el nieto del poeta chileno no quiso subir. Normalmente el ganador del Cervantes lee su discurso desde el púlpito del paraninfo. Cristóbal Ugarte en cambio se quedó en un atril a la altura de los invitados. Desde allí el nieto se ha dirigido directamente a su abuelo en una suerte de diálogo con el que ha cerrado su intervención.
"¿Se considera usted acreedor al Premio Cervantes?".
"Claro que sí".
"¿Y por qué?".
"X un libro que estoy x escribir" [sic].

15 abril, 2012

SI TIENES TALENTO, NO LO USES PARA LLEGAR MAS LEJOS"....

El arquitecto chileno defiende el trabajo desde la escasez

Frente a los proyectos de relumbrón, su prioridad es identificar los problemas de la gente

Anatxu Zabalbeascoa 15 ABR 2012 - 00:16 CET
 
El arquitecto chileno Alejandro Aravena
 
Cuando Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967) estudiaba arquitectura, su país era una dictadura a la que llegaba poca información. Entre ese poco, conoció la obra del arquitecto portugués Eduardo Souto de Moura, a quien, varias décadas después, un jurado del que Aravena formaba parte le concedió el último Premio Pritzker. Tras firmar numerosas facultades en la Universidad Católica de Chile y dos edificios en la de Austin (EE UU), Aravena se empeñó en relanzar las viviendas “incrementales”, las que crecen con las necesidades y posibilidades de sus dueños, y con su estudio, Elemental, colaboró en la reconstrucción de Constitución, la ciudad asolada por el terremoto de 2010. Su capacidad para trabajar desde la escasez le ha convertido en uno de los arquitectos del momento.

Usted ha formado parte del jurado del Premio Pritzker con solo 42 años. ¿Cómo llega un arquitecto joven a juzgar quiénes son los mejores del mundo?
En 2006, el jurado del Pritzker pasó por Chile y visitó mis Torres Siamesas en la Universidad Católica. Supongo que habría empatía intelectual o química. Luego, el nivel de la discusión para cribar calidad probablemente sea el más alto que yo he debatido en mi vida. Se discuten las milésimas y te metes en unas honduras que exigen poner el cerebro y la intuición al máximo de capacidad.

¿Cuándo se dio cuenta de que era uno de ellos, un arquitecto planetario?
En 1985, el profesor Hernán Riesgo nos decía que no nos estaba educando para operar en Chile, sino para ser arquitectos del mundo. Entonces sonaba estrambótico, pero el primer consejo que nos dio fue que midiéramos los edificios. Como en Chile no había un solo edificio que mereciera la pena medir, lo primero que hice al terminar fue irme a Europa. El profesor me aconsejó que midiera los edificios porque llegaba “de una huelga de hambre”: “Si se enfrenta a la arquitectura tal cual, se le va a indigestar”.

Y así, en Venecia, en Grecia, en Florencia, en Sicilia y en Turquía se dedicó a medir edificios.
Tenía que tragarme el cuerpo de conocimiento de la disciplina. Uno se traga el Partenón como si tuviera que decidir el paso siguiente. Aunque no lo dé nunca. La otra parte de la respuesta es que cuando llegué a dar clase a Harvard, proveniente de nuevo de la nada, allí se hizo más o menos evidente que tu campo de operación es el mundo completo. Con cuidado, uno tiene que creerse eso y al mismo tiempo no creérselo nada. Y en Harvard supe que, analizando bien un caso particular como Chile y la vivienda social, podíamos llegar a soluciones globales. Con todo, no me considero global. Trabajo desde Chile, aunque tengamos un proyecto en Shanghái.

¿Le compensa trabajar en Shanghái?
Aceptamos los trabajos que implican un desafío profesional.

¿Eso lo ha podido hacer siempre?
Es difícil decir no a proyectos que puedan significar altos honorarios.

¿Ha dicho que no a muchos proyectos?
Dije tanto que no en un momento de mi vida que entre 1995 y 1997 renuncié a la arquitectura y me dediqué a otra cosa.

¿Dio clase?
Un bar. Era tan violento para mí haberme ido a tragar el cuerpo del conocimiento de la arquitectura y dibujar semana tras semana los edificios, que no me iba a dedicar después a hacer bromas. Para hacer estupideces, decidí mejor no hacer nada. Es mejor hacer algo bien, cualquier cosa, que mediocremente lo que se supone que es bueno.

Esa condición heroica de la arquitectura, ¿fue un pecado de juventud o ha determinado lo que ha hecho después?
Conjunto de viviendas sociales realizadas por Alejandro Aravena en Iquique (Chile), que refleja su concepto de crear armonía y comunidad a partir de la escasez

Soy idealista, pero también muy pragmático. ¿Cómo se puede vivir así? Bajas tus necesidades al máximo. No se necesita demasiado para vivir. Lo que necesitas para estar contento es más bien poco, pero tienes que estar satisfecho con lo que haces. Eso te da libertad para aceptar los trabajos que son realmente pasos en una carrera profesional hacia cosas que tengan sentido. El asunto es mirar atrás con 60 años y no tener que decir: “Si lo hubiera hecho de otra manera…”.

Tan altos objetivos sorprenden en alguien que ha experimentado la escasez. La clase media chilena no tiene fácil acceso a la educación superior. Una vez conseguida, ¿cómo no intentar transformarla en mejora económica, no tenía presiones familiares?
No. Para ganarse la vida como clase media teniendo una formación universitaria, uno llega a fin de mes con casi cualquier cosa.

Pero usted aspiraba a más.
No a mucho más desde el punto de vista económico, pero sí desde el punto de vista profesional. Y con un conjunto de clientes muy malos, uno tras otro, la verdad es que tiene más sentido dedicarse a hacer otra cosa. Fue más bien una renuncia a la falta de calidad que una renuncia económica. La económica nunca va a ser demasiado grave. Estoy preparado para eso.

Viene de una familia de profesores, ¿por qué quiso ser arquitecto?
En Chile postulas a la universidad indicando prioridades. Yo elegí como primera opción arquitectura, y como segunda, danza y flauta. Sabía que si no era arquitectura no era nada. Pero al mismo tiempo no sabía lo que era la arquitectura. Para entrar había que hacer una prueba especial y yo quedé en primer lugar. Eso significaba que podía estudiar pagando la mitad. Cuando te dan esa oportunidad, muerdes el hueso y no lo sueltas. Recuerdo la universidad como algo serio. Por eso cuando nos decían: “ustedes se van a tener que medir con el Partenón”, nos lo creíamos.
¿Todavía lo cree?
Cada vez con más dificultad y sentido de la realidad. Pero eso no quita que esa sea tu hambre. Hace poco fui a India y a Bangladesh a ver el edificio de Louis Kahn. Pasa todo el tiempo, te encuentras arquitectos que te botan al suelo. Me sucedió con Rafael Iglesias, en Argentina, por ejemplo. Cuando ves esos trabajos, te das cuenta de la ridiculez de tus propuestas.
¿Esa exigencia habla de la medida de su ambición?
La calidad envía mensajes con el ejemplo. Pero encuentro esa especie de maestro en otros ámbitos del conocimiento. Podría suceder que un arquitecto llegara al máximo de su profesión sin haber hecho ni un rasguño a la sociedad. Ese es el drama de la arquitectura hoy.

Usted dejó claro que quería hacer arquitectura social, pero con ánimo de lucro. ¿Eso es romper tabúes y normalizar la arquitectura?
Tienes que poder vivir para hacer las cosas. En tercer año teníamos un taller clave: hacer una casa unifamiliar. Escogías el cliente, el lugar… Todos elegían un cliente excéntrico, un artista por ejemplo. Se tendía a pensar que la calidad del cliente aseguraba la calidad del proyecto. Yo hice la casa para un taxista. El taxista existía. Era Morales, un tipo que le ayudaba a mi padre a preparar curanto [una comida del sur de Chile que cuece mariscos y carne bajo tierra] en las fiestas de cumpleaños. Me interesaba ver qué de lo que yo estaba estudiando en la universidad, Palladio o Vitrubio, le importaba a un tipo que tenía que dejar el taxi en la casa porque era su fuente de ingresos o colocaba el refrigerador en el living porque era un símbolo de estatus. Yo me preguntaba: para una persona que todos los días debe coger el transporte público, ¿qué es la calidad de vida? Te preguntas qué puede aportarle la arquitectura a alguien como él. Y qué relación tiene el discurso de la universidad con esa vida.

¿Esa preocupación por las personas antes que por las obras le venía de familia?
Al revés, mis padres son bastante de derechas. Pero un tipo joven tiene que preocuparse por esas cosas cuando las ve. Desde ese proyecto, mi preocupación como arquitecto ha sido siempre la misma: la vida diaria de las personas que lo tienen difícil. No superdifícil, no es el niño con la monja en África; se trata de poder solucionar asuntos cercanos.

¿Cómo consiguió volver a ser arquitecto?
Hay momentos en que se quiebran los círculos. Y eso sucedió cuando me encargaron la Facultad de Matemáticas de la Universidad Católica de Santiago. Un antiguo profesor, en ese momento decano de la Facultad de Arquitectura, sugirió mi nombre. A partir de ahí tienes un patrimonio. Haces bien el edificio y construyes sobre eso.

Una oportunidad lleva a la otra, pero también cambia su relación con el poder, con ‘el Club Chile’ que usted critica.
Siguen siendo proyectos en los que concursas por méritos. No son encargos. Hay una institución que tiene que escoger, y ahí es donde en Chile, dentro de todo, me parece que opera la meritocracia. Sin ella, yo no existiría.

¿Defiende que con autoexigencia un arquitecto puede llegar a trabajar en círculos ajenos a su clase social?
Un proyecto es una inversión. Tú mismo te construyes el próximo cliente.
Muchos proyectistas tienen la sensación de trabajar contra el cliente. ¿Usted no tiene ese problema?
Quizá porque no soy muy artista. No tengo una agenda con exploraciones conceptuales que quiera desarrollar y para la que necesito un cliente.

El reto de las viviendas sociales


Con su estudio, Elemental, este joven arquitecto chileno se ha convertido en una de las voces con más proyección en el mundo de las viviendas sociales. Es autor de revolucionarias casas en Chile y México, que cambian y crecen concentrando el presupuesto en los primeros 35 metros y construyendo los cimientos para dejar abierta la posibilidad de mejorar, a medida que la familia aumenta o incrementa sus posibilidades económicas.

Además de las viviendas sociales,es autor de edificios como una residencia en la Universidad de Austin (Tejas) y la Escuela de Medicina y las Torres Siamesas de la Universidad Católica de Chile. Ha sido profesor de Harvard y miembro del Jurado Pritzker. (En la fotografía, Aravena, a la derecha, con Diana Ferrara, su profesora de grabado, y la artista Rita Pedullá, en Florencia en 1992).
¿Qué quiere hacer?
Me interesaría solucionar los problemas que pudieran interesarle a cualquier ciudadano, sea su casa, un barrio o problemas de segregación y violencia. Yo estudié una disciplina que me entrega fórmulas para traducir a formas esas cuestiones intangibles que preocupan a cualquiera.

¿Eso es lo que hacen en su estudio, Elemental? ¿Cómo comparten seis socios y cuarenta personas una manera de pensar?
Escuchando lo que le sucede al de al lado. Cada vez me cuesta más tener ideas a priori o certezas. La vía del ejemplo me parece que es la mejor manera, la cultura de lo que se traspasa cara a cara.

¿Es difícil mantener la unanimidad a medida que aumentan los encargos?
Para atender ciertos encargos, no se puede no crecer. Éramos 25, y Codelco, la compañía chilena del cobre, nos encargó rehacer Calama, la ciudad del cobre. El lugar de donde sale la riqueza de Chile tiene una calidad de vida absolutamente desfasada con la riqueza que produce. La gente ha salido ya dos veces a la calle y 30.000 personas han bloqueado la ciudad reclamando mejoras. Así como Constitución supuso la reconstrucción del terremoto y la previsión del futuro, allí el terremoto es social y ambiental por la manera de producir de la mina. Para realizar ese encargo hay que pasar de 25 a 40 personas, y ese es un encargo al que no se puede decir que no. No tenemos resuelto el tamaño del estudio.

¿Cómo se aprende a trabajar desde la escasez?
Cómo ha sido criado uno, aflora en lo que haces. “No se bota la comida” es algo que termina instalándose en tu forma de ser como una costumbre. Mi infancia no fue de supervivencia, no era dramático, pero me marcó. Por ejemplo, me produce placer viajar llevando muy poco.

Pero eso es de ricos…
Es una satisfacción personal necesitar muy poco. Y eso se puede aplicar a todo.

¿Asimila esa austeridad a toda la clase media chilena, o es algo de su familia?
Claramente es familiar, pero no podría existir si no hubiera una sociedad a la que eso le parece bien. Si crees que hay que respetar la fila, pero vives en una sociedad en la que todo el mundo se la salta, si la respetas pasas por tonto. Tiene que haber un contexto en el que estar en la fila sea valorado. A mi mujer le llama la atención que en Chile tú compras algo y te tienen que dar un recibo. Ella es brasileña, y en Brasil jamás te lo dan. Tú puedes tener la convicción de que es justo pagar impuestos, pero tienes que vivir en una sociedad donde eso sea compartido para poder hacerlo.

¿Su mujer es arquitecta?
Sí.

¿Viven en su propia casa?
No

Seguro que se la pueden permitir. ¿Por qué no se ha hecho una casa?
Porque no la necesito. Me importa mucho más que la distancia de mi casa a la oficina sea de una canción, de minutos en bicicleta. O a pie. Para mí, eso es calidad de vida.

¿Esa certeza le llega a partir de ver lo que no le gusta?
No concibo pasar mucho tiempo sin mi familia, sin mis hijos. En ese sentido, para mí, Harvard fue importante. Allí me tocó ver lo que no hay que hacer en la vida: gente que a los 60 años no tiene vida. La carrera por el éxito profesional paga un coste personal que vi muy temprano. Tengo claro que desde Chile me pierdo una cantidad enorme de cosas, pero tengo también claro que el desafío es cómo tener una vida equilibrada. A mí me parecería terrible que un hijo mío tuviera que hacer una película para entender por qué su padre estaba poco en casa como le sucedió a Louis Kahn. En el libro en el que le entrevistaron sobre su vida, la última pregunta a Steve Jobs es esa: ¿Por qué ha contado tanto alguien tan esquivo? Y la respuesta de Jobs es: “Porque quería que mis hijos supieran por qué yo no estuve ahí”. Se lo cuenta al periodista en lugar de contárselo al hijo. De estos personajes tenemos muchísimo que aprender para corregir el curso de lo que no queremos que sean nuestras vidas. Si tienes algún talento, en vez de usarlo para llegar más lejos, úsalo para llegar más acompañado. Es un desafío extraordinario tener una vida equilibrada y corriente.

¿A la arquitectura le hace falta perder impostura?
La arquitectura está recuperándose a sí misma. Le faltaba aire. Y si abres la ventana, lo primero que entra es gente. Por eso cuando llegué a Harvard, el primer tema que elegí discutir fue la irrelevancia: había cantidades de arquitectos discutiendo temas que solo interesaban a otros arquitectos.

¿Se está rompiendo esa endogamia?
Creo que sí. El reto es tratar temas que están fuera de la arquitectura con las herramientas de la arquitectura. Una de las personas clave para mí fue un libanés, Hashim Sarkis, al que conocí en Harvard. Para él, el desafío era que en algún momento hubo una arquitectura que pidió fuero para ser artísticamente libre y terminó tratando solo problemas que les interesaban a otros arquitectos. Con mucho ismo: posmodernismo, deconstructivismo, cualquier ismo que le pongas, da igual. Era el camino hacia la irrelevancia. Frente a eso, estaban los que vieron, en los setenta, otros problemas, sobre todo en Latinoamérica, y se dedicaron a los temas duros. Pero para dedicarse a los temas duros abandonaron la arquitectura. Con Hashim decíamos: el desafío hoy es coger los temas que les interesan a todos y hacerse cargo de ellos con el conocimiento específico de la arquitectura, que es la forma. Ese cruce hazlo pasar por lo que sabes hacer como diseñador y después devuélveselo a la sociedad; eso decidirá si tengo éxito o no, y no si te publicaron más o te dieron más premios. Que la gente sea más o menos feliz, que los barrios se valoricen, que sean zonas más o menos conflictivas, mide el éxito de la arquitectura.

¿Por qué le interesó hacer vivienda social?
Cuando llegué a Harvard pensé: ¿qué puedo aportar?, ¿dónde puedo tener ventaja frente a los demás? Trabajar desde la escasez era una de las vías. De la escasez a la vivienda social hay un paso. La vivienda social tiene algo, y es que los que se dedican a hacerla, aun sin decírtelo, parece que tengan una especie de carné de superioridad moral. Jamás hemos querido levantar esa bandera que tacha al resto de banal para constituirse en relevante. Uno se va con la sensación de haber gastado energía en algo que merece la pena. Pero no me parece que eso te haga éticamente superior ni a ti ni a tu arquitectura.

Le acusan de apropiarse de soluciones tradicionales en Latinoamérica, como la vivienda incremental.
Nunca dijimos que fuera algo nuevo. ¿Qué novedad le pusimos? Que tuviese capacidad de aumentar de valor en el tiempo, porque es lo que yo espero de mi casa.

¿Cuál es el último indicador de calidad?
Una pregunta: ¿yo viviría aquí? Si la respuesta es no, el proyecto no pasa la prueba.

"SERIA UNA TRAGEDIA QUE LA CULTURA ACABE EN PURO ENTRETENIMIENTO"


ENTREVISTA

Premio Nobel de Literatura. Publica ahora el ensayo ‘La civilización del espectáculo’

Jan Martínez Ahrens 15 ABR 2012 - 23:26 CET
Mario Vargas Llosa en su casa de París en 2003. / DANIEL MORDZINSKI

A Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) le asaltaba desde hacía algún tiempo la incómoda sensación de que le estaban tomando el pelo. Lo empezó a sentir al visitar ciertas exposiciones y bienales, asistir a algunos espectáculos, ver determinadas películas y programas de televisión e incluso le ocurría cuando se arrellanaba en el sillón para leer ciertos libros y periódicos. En esos momentos, como él mismo cuenta, le sobrevenía la sensación, poco definida al principio, de que se estaban burlando de él, de que estaba “indefenso ante una sutil conspiración” para hacerle sentir un inculto o un estúpido, para hacerle creer que un fraude era arte; un embuste, cultura.
De esa sensación surgió una convicción y de esta un ensayo, La civilización del espectáculo (Alfaguara). En sus páginas el premio Nobel de Literatura disecciona la conversión de la cultura en un caos donde “como no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es”. Esa disolución de jerarquías y referentes es consecuencia, para Vargas Llosa, del triunfo de la frivolidad, del reinado universal del entretenimiento. Pero los efectos de este clima de banalización extrema no se limitan a la cultura. Para el escritor, y quizá sea este su juicio más severo, el empuje de la civilización del espectáculo ha anestesiado a los intelectuales, desarmado al periodismo y, sobre todo, devaluado la política, un espacio donde gana terreno el cinismo y se extiende la tolerancia hacia la corrupción, algo que el autor de Conversación en La Catedral ilustra con una anécdota de su tierra natal:
“En las últimas elecciones peruanas, el escritor Jorge Eduardo Benavides se asombró de que un taxista de Lima le dijera que iba a votar por Keiko Fujimori, la hija del dictador que cumple una pena de 25 años prisión por robos y asesinatos.

“¿A usted no le importa que el presidente Fujimori fuera un ladrón?”, le preguntó al taxista.
“No” —repuso este— “porque Fujimori solo robó lo justo”.
Lo justo. La indiferencia moral. La civilización del espectáculo.

“La frivolidad es teneruna tabla de valores completamente confundida, es el sacrificio de la visión del largo plazo por el corto plazo, po lo inmediato. Justament eso es el espectáculo”
El ensayo, un diamante para la polémica, lo explica Vargas Llosa con voz cálida y precisa, que inunda la línea telefónica desde el otro lado de Atlántico, viernes por la mañana en Lima.
P. Mantiene usted que la cultura se ha banalizado, que triunfa la frivolidad en su peor sentido, que el erotismo pierde en favor de la pornografía, que la posmodernidad es, en parte, un experimento fallido y pedante, que el periodismo amarillea, que la política se degrada, que en la civilización del espectáculo el cómico es el rey… ¿Hay escapatoria?

R. Sí, hay escapatoria. La historia no está escrita, no es fatídica, cambia. Justamente nos ha tocado vivir una época en que hemos visto las transformaciones históricas más extraordinarias e inesperadas. Si alguien me hubiera dicho cuando yo era joven que iba a ver la desaparición de la Unión Soviética, la transformación de China en un país capitalista; si alguien me hubiera dicho que América Latina iba a estar en pleno proceso de crecimiento, mientras Europa vivía su peor crisis financiera en un siglo, no me lo hubiera creído y, sin embargo, todas esas cosas han pasado. Desde luego que se puede esperar una renovación de la vida cultural, de las artes, de las humanidades, y que abandone ese sesgo cada vez más frívolo, superficial, que yo creo que es una de sus características principales hoy en día; no la única, porque hay excepciones a la regla, afortunadamente. Pero esa banalización tiene consecuencias no solamente en el campo de la cultura, sino en todos los otros. Por eso en el libro me refiero a la política, incluso a la vida sexual, a la relación humana. Todo eso se puede ver muy afectado si la cultura vive en la banalización, la frivolización permanente.

“No todos pueden ser cultos de la misma manera, no todos quieren ser cultos de la misma manera y no todos tendrían que ser cultos   de la misma manera,ni muchísimo menos”

P. Y eso le produce un cierto enfado, sensación de tomadura de pelo. ¿Desde cuándo?
R. Es un proceso, no llega de una vez, pero sí recuerdo, por ejemplo, el shock que supuso para mí hace algunos años visitar la Bienal de Venecia, que era una vitrina del prestigio y la modernidad, de la novedad, del experimento, y de pronto, después de un recorrido de un par de horas, llegar a la conclusión de que allí había mucho más fraude, embuste, que seriedad, que profundidad. Fue para mí una experiencia bastante importante, que me llevó a reflexionar sobre este tema. Al final del libro, en un texto que es bastante personal, cuento cómo enriqueció mi vida leer buenos libros, conocer la gran tradición pictórica, el mundo de la música, cómo eso dio un sentido, un orden, una organización al mundo que lo hizo para mí muchísimo más interesante, más rico, más estimulante. Yo creo que sería una tragedia que justamente en una época en que hay un progreso tecnológico, científico, material extraordinario, al mismo tiempo, la cultura vaya a convertirse en un puro entretenimiento, en algo superficial, dejando un vacío que nada puede llenar, porque nada puede reemplazar a la cultura en dar un sentido más profundo, trascendente, espiritual a la vida.

Los periódicos más serios tratan de resistir al sensacionalismo, pero si la supervivencia está en juego tienen que hacer concesiones
P. Hay un momento, cuando habla usted de la añoranza, en el que dice: “Lo peor es que probablemente este fenómeno [la banalización de la cultura] no tenga arreglo y lo que yo añoro sea polvo y cenizas sin reconstitución posible”.
R. Espero equivocarme.

P. Ese pesimismo resulta llamativo en alguien de su éxito.
R. …nostalgia de viejo. A ratos siento, sí, cierta angustia porque… Mire, yo viví en Inglaterra y me acuerdo el deslumbramiento que me produjo ver la televisión; la que había conocido antes era muy pobre, muy mediocre, y de pronto descubrí que sí había posibilidades de utilizar la televisión en un sentido creativo y no solo porque los mejores escritores y dramaturgos escribían para la televisión… Había un programa que veía con pasión, se llamaba Panorama, periodismo de investigación. Me acuerdo, por ejemplo, de una entrega de dos horas sobre los disidentes en la Unión Soviética filmado en Moscú clandestinamente. Y de pronto, al cabo de los años, vi que la televisión de Inglaterra había caído también en la frivolidad total. Los mejores países, los que uno supondría que están más defendidos contra eso, han ido también sucumbiendo a esa especie de mandato generacional hacia el facilismo, la superficialidad, la frivolidad. Hay excepciones, desde luego...

P. …su propia obra es una excepción. ¿No es un ejemplo de que la capacidad de autocrítica sobrevive? ¿Qué no todo es autocomplacencia y frivolidad?

“Estallidos como el 15 M son interesantes si no caen en el conformismo de la inconformidad”
R. Sí, pero es siempre preocupante que el mayor vigor, la mayor riqueza, esté ahora en el pasado más que en el presente; que no sea algo de actualidad, sino que hay que volver la vista atrás… Y hay otro aspecto. Junto a la frivolización, hay un oscurantismo embustero que identifica la profundidad con la oscuridad y que ha llevado, por ejemplo, a la crítica a unos extremos de especialización que la pone totalmente al margen del ciudadano común y corriente, del hombre medianamente culto al que antes la crítica servía para orientarse en la oferta tan enorme.

P. Pero lo que plantea es volver a los patrones culturales. ¿Es eso posible? ¿Existe legitimidad para hacerlo? ¿No hay un cierto aristocratismo en todo ello?
R. Aristocratismo es una palabra que provoca mucho rechazo, pero por otra parte el rechazo de la élite en bloque es una gran ingenuidad. No todos pueden ser cultos de la misma manera, no todos quieren ser cultos de la misma manera y no todos tendrían que ser cultos de la misma manera, ni muchísimo menos. Hay niveles de especialización que son perfectamente explicables, a condición de que la especialización no termine por dar la espalda al resto de la sociedad, porque entonces la cultura deja ya de impregnar al conjunto de la sociedad, desaparecen esos consensos, esos denominadores comunes que te permiten discriminar entre lo que es auténtico y lo que es postizo, entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que es bello y lo que es feo. Parece mentira que se haya llegado a un mundo donde ya no se pueden hacer este tipo de discriminaciones. Porque eso sí, si desaparecen esas categorías es el reino del embuste, de la picardía… La publicidad reemplaza al talento, lo fabrica, lo inventa.

P. Usted extiende su crítica a la cocina o la moda que están pasando a formar parte de la alta cultura.
R. Justamente esa es una de las manifestaciones de esa banalización y de esa frivolidad. No tengo nada contra la moda, me parece magnífico que haya una preocupación por la moda, pero desde luego no creo que la moda pueda reemplazar a la filosofía, a la literatura, a la música culta como un referente cultural. Y eso es lo que está pasando. Hoy en día hablar de cocina y hablar de la moda, es mucho más importante que hablar de filosofía o hablar de música. Eso es una deformación peligrosa y una manifestación de frivolidad terrible. ¿Qué cosa es la frivolidad? La frivolidad es tener una tabla de valores completamente confundida, es el sacrificio de la visión del largo plazo por el corto plazo, por lo inmediato. Justamente eso es el espectáculo.

P. Pero no encierra esa perspectiva una excesiva idealización del pasado, como esa edad dorada platónica que tanto criticaba Popper, y que tiene como consecuencia fosilizar la sociedad, cerrarla al cambio...
R. No, yo no estoy por la fosilización. No soy un conservador en ese sentido, desde luego que no, y sé que en el pasado, al mismo tiempo que Cervantes y que Shakespeare, existía la esclavitud, el racismo más espantoso, el dogmatismo religioso, la Inquisición, las hogueras para el disidente… Yo sé muy bien que el pasado venía con todo eso, pero al mismo tiempo no se puede negar que en ese pasado había cosas muy admirables, que han marcado profundamente el presente, que enriquecieron la vida de las gentes, la sensibilidad, la imaginación. Y esa era una función que tenía la alta cultura, y hoy día no se puede ni siquiera hablar de alta cultura porque eso es incorrecto, políticamente incorrecto.

“Hablar de moda y cocina se ha vuelto más importante que hablar de filosofía o música”
P. Hay una defensa muy interesante del erotismo en el libro, como obra de arte frente al “sexo descarnado”.
R. El erotismo fue en el mundo de la experiencia la conversión de un instinto en algo creativo, en una verdadera obra de arte y eso fue posible gracias a la cultura. Yo no creo que el erotismo nazca simplemente de una experiencia pragmática del sexo, ni muchísimo menos. Creo que es la cultura, que son las artes, el refinamiento de la sensibilidad que produce la alta cultura, la que crea el erotismo. El erotismo es una manifestación de civilizaciones, se da en sociedades que han alcanzado un cierto nivel de civilización. Y al mismo tiempo significa el respeto de las formas, la importancia de las formas en la relación sexual. Y ahí yo cito mucho a Georges Bataille, él defendió siempre el erotismo justamente como una manifestación de civilización, y fue muy reticente a la permisividad total porque creía que la permisividad total iba a matar las formas y al final se iba a llegar, otra vez, a una especie de sexo primitivo, salvaje. Y algo de eso ha pasado en nuestro tiempo.

P. Es decir, le falta erotismo a nuestra cultura.
R. Por eso el sexo significa tan poco para las nuevas generaciones. Significa un entretenimiento que es casi una gimnasia. Es como segar una fuente riquísima no solo de placer sino de enriquecimiento de la sensibilidad.

P. ¿Qué pensaría el Vargas Llosa de 25 años del libro que ha escrito el Vargas Llosa de ahora?
R. No me lo puedo imaginar. A nosotros nos ha tocado vivir una diferencia generacional sin precedentes en la historia. Precisamente por la extraordinaria revolución tecnológica, audiovisual, el mundo es tan absolutamente diferente que es muy, muy difícil ponerse hoy en día en la piel de un joven. Hay muchas cosas en el pasado que hay que suprimir, que hay que reformar sin ninguna duda. Pero hay una que yo creo que no, que hay que conservarla renovándola, actualizándola, que es la cultura. Una civilización que ha producido Goya, Rembrandt, Mahler, Goethe no es despreciable, no puede ser despreciable. Eso fijó unos ciertos patrones que deben ser, si se quiere, criticados pero mantenidos, continuados. Y esa continuación es la que yo creo que se pierde si la cultura pasa a ser una actividad secundaria y relegada al puro campo del entretenimiento.

P. Habla del pesimismo, del catastrofismo, incluso como un peligro mayor que la corrupción y cita una juventud apática, recluida en la hostilidad sistemática, aburrida. Fenómenos como el del 15-M, el de Occupy Wall Street, ¿no le generan cierta esperanza?
R. Sí, cierta esperanza sí. Siempre y cuando no se orienten en el sentido equivocado. Porque hay un cierto conformismo en la inconformidad. En eso Foucault escribió cosas muy interesantes. Pero sí, creo que hay estallidos entre los jóvenes que son bastante interesantes. No soy pesimista, sino más bien optimista, las cosas pueden cambiar para mejor. Pero hay algunos aspectos en los que es muy importante una crítica muy radical de un fenómeno representa una decadencia.

P. Una decadencia en la que incluye la corrupción política. Para ilustrarla cita usted una anécdota vivida por el escritor Jorge Eduardo Benavides, en Lima, cuando un taxista le dijo que votaba a Fujimori porque “solo robó lo justo”.
R. A mí me pareció maravillosa la historia. Hay una mentalidad ahí detrás ¿no? Un político puede robar; es más, no puede no robar, pero lo importante es que robe no más de lo debido.

P. Y ese tipo de conductas se están extendiendo…
R. …es por el desplome de los valores, no solamente estéticos, sino otros que antes, por lo menos de la boca para fuera, todos respetábamos. El político ya no debe ser honrado, debe ser eficaz. El ser honrado parece una imposibilidad connatural al oficio. Bueno, si se llega a un pesimismo de esa naturaleza entonces estamos perdidos. Y creo que no es verdad y yo lo digo, eso no es verdad. Pero hay una mentalidad que identifica la política con la picardía, con la deshonestidad. Es peligrosísimo sobre todo para el futuro de la cultura democrática. Si vamos a pensar eso entonces la cultura democrática no tiene sentido y a la corta o la larga va a desplomarse también.

P. Pero hay países donde hay mayor protección frente a la corrupción.
R. Por supuesto. La gran diferencia está en el mundo de la democracia y en el mundo del autoritarismo. En democracia hay corrupción, desde luego, lo estamos viendo todos los días. Pero precisamente lo vemos, sale a flote, existe una justicia más o menos independiente que puede todavía sancionar a los culpables. España es un ejemplo. Se puede decir que hay mucha corrupción pero estamos viendo casos de políticos importantísimos que son sentados en el banquillo de los acusados y que son condenados por pícaros, por ladrones, por traficantes. Bueno, esa es la gran diferencia. Eso no se ve en Cuba o China, donde de repente te enteras de que le cortan la cabeza a un señor porque dicen que delinquió y tenía cargos políticos. Hay diferencias. Y dentro de las democracias también. Las más avanzadas son menos corruptas que las más primitivas, las que son mucho más ineficientes. Recuerdo que en los años en que viví en Inglaterra, el escándalo más grande de corrupción fue el de un ministro de Margaret Thatcher, que no solamente perdió su ministerio sino que fue preso y perdió prácticamente todo su patrimonio por haber pasado un fin de semana en el Hotel Ritz de París, pagado por un jeque árabe. O sea, una corrupción de unos cuantos cientos o unos cuantos miles de libras esterlinas. Como comprenderá, eso en la época de Fujimori en el Perú era lo que robaba normalmente un pequeño alcalde. Ya no le digo los millones de millones de millones que consiguieron Fujimori y Montesinos. La sanción social fue muy escasa, puesto que en las últimas elecciones estuvo a punto de subir otra vez al poder con el voto popular. Esas diferencias sí son muy importantes. Y creo que es fundamental ser muy exigente y riguroso en ese campo, y no pensar que por ser político se tiene derecho a robar hasta cierto límite.

P. En las dictaduras hay evidentemente más corrupción. Pero también se da un fenómeno inverso. Ahí es donde la lucha de los intelectuales cobra mayor sentido. Es el caso de China con un premio Nobel de la Paz encarcelado.
R. Absolutamente. Cuando la libertad desaparece es cuando la libertad de pronto resulta importante. Y cuando la lucha por la libertad se convierte en una prioridad, el intelectual, el escritor, el poeta, el novelista, el pintor, de pronto empiezan a tener una importancia central en esa lucha. Ese es un fenómeno que lo estamos viendo en China, es interesantísimo, el caso de Ai Weiwei. Es una figura que representa hoy en día el espíritu de resistencia, la voluntad de apertura, de modernización, de democratización.

P. Al tratar de la degradación de los valores, incluye también el sensacionalismo en la prensa. ¿Cree usted en la autorregulación como una vía para atajar estas prácticas?
R. Creo que es la única. Que la propia prensa asuma una responsabilidad. Eso no se resuelve con sistemas de censura, ni muchísimo menos. Pero además yo creo que el sensacionalismo es la expresión de una cultura. La prensa forma parte de la vida cultural de un país. Y si la cultura empuja a la prensa a la chismografía, y hace de la chismografía un elemento central, al final el mercado se lo va a imponer a los periódicos, por más responsables y serios que quieran ser. Y eso lo estamos viendo en todas partes. Los periódicos más serios tratan de resistir, pero en un momento dado, si la supervivencia está en juego, tienen que hacer concesiones. El origen no está en los periódicos, el origen está en la cultura reinante, que impone la frivolidad y el amarillismo.

Hay una mentalidadque identifica la política con la deshonestidad eso es peligrosísimo
para el futurode la cultura democrática
P. Usted ha sufrido el sensacionalismo.
R. Lo he padecido. Toda persona que es conocida hoy en día es irremediablemente víctima de la chismografía. Pasas a ser un objeto que ya no puede controlar su propia imagen. La imagen se puede distorsionar hasta unos extremos indescriptibles. Mucho más si haces política en un mundo subdesarrollado. Allí ya todo puede ocurrir.

P. Y hay un efecto multiplicador con las nuevas tecnologías.
R. Frente a las cuales te puedes defender muy mal. A mí me pasó una experiencia hace un tiempo en Argentina. Una señora me felicitó por un texto que me dijo le había conmovido mucho de homenaje a la mujer. Y yo le dije que muchas gracias, pero que no había escrito ningún homenaje a la mujer. Pensé que era una cosa que se había inventado ella o que se había confundido. Un tiempo después me mandan mi elogio a la mujer, que había aparecido en Internet. Un texto de una cursilería que da vergüenza ajena, firmado por mí y lanzado al espacio con motivo de no sé qué. ¿Cómo te defiendes contra eso? Es absolutamente terrible. De pronto pierdes tu identidad, porque hoy en día hay esos mecanismos que permiten falsificaciones de esa índole. A mí me parece bastante aterrador. Tampoco puedes dedicar tu vida a rectificar. Al final dejas de escribir, dejas de leer, para tratar de rectificar todas las falsedades, invenciones que te atribuyen. Eso es uno de los aspectos justamente de la irresponsabilidad que ha traído la gran revolución audiovisual.

P. Pero también hay que reconocer que el universo de Internet y las redes sociales permiten la exposición universal de un artista o de un pensador al instante.
R. Y burlar todos los sistemas de censura; eso es un progreso. Pero al mismo tiempo también es otra forma de confusión que tiene efectos muy negativos en la cultura, en la información. El exceso de información en última instancia también significa la desaparición de la discriminación, de las jerarquías, de las prioridades. Todo alcanza un mismo nivel de importancia por el simple hecho de estar en la pantalla.

P. Aunque no ataca a las religiones, sino al contrario, se percibe en el libro un canto al ateísmo ilustrado. Hay un momento incluso que identifica cultura profunda con aquella fuerza capaz de reemplazar el vacío dejado por la religión.
R. La idea liberal, tradicional, de que con el avance del conocimiento, la religión se iba a ir desvaneciendo fue una ingenuidad. El grueso de la gente, países cultos o países incultos, necesita una trascendencia, algo que le asegure que no perecerá definitivamente, y que habrá otra vida de la índole que sea, y eso es lo que sostiene la religión. Solo una minoría de personas, y eso ha sido igual en el pasado y en el presente, llega a llenar ese vacío con la cultura, que les da suficiente seguridad, suficiente resistencia para aceptar la idea de la extinción. Pero es una ingenuidad combatir a la religión. Tiene una función que cumplir, y es dar ese mínimo de seguridad que permite vivir a la gente con la esperanza de otra vida, de una defensa contra la extinción que aterra a todas las generaciones, no importa que nivel de cultura tenga esa sociedad. Eso lo debemos aceptar los creyentes o no creyentes, siempre y cuando la religión no pase a identificarse con el Estado, porque entonces desaparece la libertad. La religión por definición es dogmática, establece verdades absolutas, y no quiere coexistir con verdades contradictorias. Pero mientras la religión ocupe el espacio que le es propio, creo que es indispensable para que una sociedad sea verdaderamente democrática, libre, en la que se pueda coexistir en la diversidad.
***
La diversidad, la libertad, la tolerancia. El escritor vive y revive en esas palabras. A lo largo de la entrevista, la amargura que, a veces, asoma en su discurso ante lo que considera la devastación de la cultura, siempre se atempera con ellas. De algún modo, son su anclaje ateo y su religión frente al espectáculo.
—“Hemos escrito otro libro, ¿eh?”, bromea antes de despedirse

LA VUELTA A LA VIDA DE SALMAN RUSHDIE....

 El escritor británico se vio privado de una vida digna tras publicar en 1988 'Los versos satánicos'El ayatolá Jomeini condenó el libro e hizo un llamamiento mundial a su ejecuciónVeinticuatro años después, el autor disfruta de una agitadísima actividad social en Nueva York

 
A las ocho de la tarde de un lluvioso martes del pasado ­febrero, Salman ­Rushdie entraba a grandes zancadas en Junoon, un restaurante del distrito Flatiron de Nueva York, donde 90 personas esperaban su llegada, algunas de ellas bebiendo a sorbos cócteles de vodka con infusión de manzanilla. Rushdie, el autor británico nacido en India, era el invitado de honor de una cena patrocinada por Dom Pérignon y Booktrack, el fabricante de una aplicación que sincroniza música en los libros electrónicos. Era la segunda fiesta de la noche para Rushdie, de 64 años, a quien esa misma tarde, más temprano, se le pudo encontrar conversando con la diseñadora Diane von Fürstenberg en una exposición del artista Ouattara Watts en el centro presentada por Vladimir Restoin Roitfeld, uno de sus galeristas.

En Junoon, tras dejar limpios los platos de cordero y berenjenas, Rushdie cogió un iPad y leyó en voz alta su relato corto In the South (En el sur), que apareció en The New Yorker en 2009 y al que Book­track había puesto una música original interpretada porla Orquesta Sinfónica de Nueva Zelanda. Cuando terminó, Rushdie se acercó a una mujer morena, delgada y de piernas largas sentada en el extremo de una larga mesa. “¿Qué tal lo he hecho?”, preguntó Rushdie. Ella alabó su lectura y él le agradeció que hubiese ido. Mientras el escritor se alejaba, ella se volvió hacia otro de los asistentes a la fiesta: “Es agradable verle salir, ¿verdad?”.
Puede que sea más apropiado preguntar: ¿dónde no han visto los neoyorquinos a Rushdie últimamente?

Casi 25 años después de la publicación de Los versos satánicos, que le obligó a esconderse durante una década después de que el ayatolá Jomeini de Irán condenase la novela y promulgase una fetua pidiendo su muerte, Rushdie se ha convertido en una presencia infatigable en la vida nocturna de Nueva York.

“Nadie imaginaría que un escritor pudiese ser mi mejor cliente”, asegura Graydon Carter, director de la revista ‘Vanity Fair’ y dueño del restaurante Waverly Inn
En enero se le vio con Francesco Clemente, pintor y amigo íntimo, en la inauguración de una exposición del artista Victor ­Matthews en el barrio de Chelsea. Varias semanas antes, Rushdie celebró un acto literario en Vermilion, un restaurante indio-latino en el que ha invertido y para el que, a principios de este año, el sitio web de cupones de descuento Gilt City ofrecía una promoción que consistía en una cena de seis platos por 95 dólares que incluía una copia firmada de uno de sus libros. Junto al cantante de R.E.M., Michael Stipe, Rush­die fue anfitrión de una velada en otro restaurante, Del Posto, a favor del Fondo Lunchbox, una organización benéfica fundada por Topaz Page-Green, exmodelo y amiga de Rush­die desde hace mucho tiempo. Su interés por la cultura popular parece inmenso, y abarca la moda (el pasado septiembre se le vio en primera fila del desfile de Olivier Theyskens), el teatro (asistió al estreno de Spiderman: el regreso de la oscuridad) y el cine (apareció en la fiesta de Vanity Fair en el Festival de Cine de Tribeca, en abril del año pasado).

De hecho, Rushdie, autor de 16 libros, que lleva la mayor parte de los últimos 12 años viviendo cerca de Union Square, ha empezado a escribir un guion para una serie del canal de cable estadounidense Showtime que se desarrollará en el Nueva York contemporáneo. “Creo que le gusta el ritmo vertiginoso de la ciudad”, explica David Nevins, presidente de programas de entretenimiento de la cadena. “Le gusta su diversidad y la actitud provocadora de la gente”.

Rushdie accedió inicialmente a ser entrevistado para este artículo, pero Barbara Fillon, directora adjunta de publicidad de Random House, que va a publicar sus memorias este otoño, notificó posteriormente en un correo electrónico que no estaría disponible.
De todos modos, los amigos de Rushdie atribuyen esa ubicuidad a su curiosidad y la sensación de encontrar refugio en una ciudad acogedora. “Ser capaz de respirar libremente, estar en Nueva York, hace que se sienta seguro”, dice Deepa Mehta, amiga y directora de la adaptación cinematográfica —aún por estrenar— de Hijos de la medianoche, novela de Rush­die de 1981 galardonada con el premio Booker (Rushdie es además el autor del guion). “Es la libertad. Es una persona feliz por estar viva”.
El británico no es ni mucho menos el primer escritor famoso en deleitarse con la vida nocturna de la ciudad. Desde Truman Capote (en los años cincuenta y sesenta) hasta Norman Mailer (en los setenta y ochenta), mezclarse con los miembros de la alta sociedad ha sido desde hace mucho tiempo una parte integral del mundo de la celebridad literaria.
“Ser capaz de respirar libremente, estar en Nueva York, hace que se sienta seguro. Es una persona feliz por estar viva”, dice la directora de cine Deepa Mehta

Pero la incesante presencia pública de Rushdie llama la atención no solo porque desobedece abiertamente el edicto que hay contra él en zonas más restrictivas del mundo, sino también porque se produce precisamente en un momento en el que muchos de los escritores más exitosos de Nueva York parecen llevar vidas tranquilas y domésticas en Brooklyn.
“En gran medida, los tiempos del escritor como personaje público han terminado”, afirma Mort Janklow, veterano agente literario. “Los escritores son más profesionales. Uno no oye hablar de enemistades. Uno no ve a los escritores más prolíficos haciendo vida social”.
Como Mailer, que tuvo seis esposas, Rushdie, que se ha casado cuatro veces (la última, con la presentadora de Top chef, Padma Lakshmi, de la que se divorció en 2007), se ha labrado una repu­tación de mujeriego. “Cada vez que uno lo ve, está con dos o tres mujeres guapísimas”, comenta Graydon Carter, amigo y director de Vanity Fair, que posee el restaurante Waverly Inn, frecuentado por Rushdie. “Es uno de mis mejores clientes. Nadie imaginaría que un escritor pudiese ser mi mejor cliente”.

El primer matrimonio de Rush­die, en 1976, con la agente literaria Clarissa Luard, terminó en 1987. Sus dos esposas siguientes también pertenecían al mundo literario: Marianne Wiggins es escritora, y la tercera, Elizabeth West, era editora literaria. Pero quizá la relación que más curiosidad despertó fue la que mantuvo con Lakshmi, una exmodelo y actriz ocasional con la que estuvo casado cuatro años. Desde su ruptura, se le ha relacionado con varias jóvenes atractivas.
Sus amigos dicen que una vez salió con Michelle Barish, personaje de la jet y exesposa del promotor de clubes nocturnos Chris Barish. La actriz Pia Glenn ha hablado públicamente de una relación con Rushdie. Y, el pasado noviembre, Devorah Rose, una aspirante a actriz de realities de televisión y directora de revista que escribe crónicas de la vida social en los Hamptons, publicó en ­Twitter una fotografía de ella y el escritor en una cena. “Pasándolo bien con ­@SalmanRushdie”, escribió. “Vuelve pronto a Estados Unidos para que podamos repetirlo”.

Lo que ocurrió a continuación entre Rose y Rushdie fue carnaza para los cotilleos. Rushdie dijo a The Post que Rose era una conocida. Rose contraatacó diciendo que Rushdie había andado tras ella con intenciones románticas, según la página de cotilleos Scallywagandvagabond.com, y aportó mensajes que el escritor supuestamente le había enviado a través de Facebook (y que la propia web publicó).
A diferencia de muchos otros intelectuales de su generación, que limitan sus apariciones en Internet a anuncios de lecturas y alguna que otra sobria página web homónima, Rushdie se ha entregado a las redes sociales con el entusiasmo de un adolescente atolondrado. Ha reunido a más de 246.000 seguidores en Twitter, cuelga algunos de sus escritos en Tumblr y participa tan animadamente en Facebook que hasta tuvo un enfrentamiento con la empresa cuando esta insistió en que usase su nombre real, Ahmed Rushdie, en su perfil (Rushdie se salió con la suya).

Deepika Bahri, una amiga y catedrática adjunta de inglés enla Universidad Emoryde Atlanta, en la que Rushdie es escritor residente distinguido, asegura que el británico está dispuesto a relacionarse en Internet con cualquier persona y a tratar cualquier tema, sea intelectual o no. “No creo que realmente le importe”, responde Bahri cuando se le pregunta si dicho comportamiento podría influir en la opinión que se tiene de él. “No le da miedo ni le preocupa lo que la gente piense, ni cómo pueda afectarle en su repu­tación literaria”.
Salman Rushdie, asistiendo con una acompañante a la entrega de premios Hombre del Año 2011 de la revista ‘GQ’ el pasado septiembre, en Londres. / CORDON PRESS
Con todo, sí parece esperar cierto civismo. Rushdie bloqueó en febrero a un seguidor en Twitter que comentó con ánimo hiriente qué suponía haber leído uno de los libros de Rushdie en el instituto. “Aquí no se tolera la descortesía”, escribió Rushdie en la red social. “Tus padres tienen que enseñarte buenos modales”.
El año pasado, un post sobre el escritor Philip Roth derivó en una pregunta de otro seguidor en Twitter que versaba sobre el divorcio de la estrella de realities Kim Kardashian de su marido, el jugador de baloncesto Kris Humphries. Rushdie respondió irónicamente con un poema humorístico que le ocupó tres tuits y que podría traducirse como: “El matrimonio de la pobre kim #kardashian quedó aplastado como un koche tras un choke. Su kris klamó: ¡no es justo! ¿Por qué no puedo kedarme con mi parte? Pero kardashian kedó pelada como una mona”.
Según sus amigos, para Rush­die, estas plataformas no son solo nuevas formas de mostrar su talento, sino que le ofrecen una especie de liberación. “Habla de haber renacido digitalmente”, dice Bahri. Inquirido sobre semejante interés por las redes sociales en la velada en Junoon del pasado febrero, Rushdie respondió: “Me gusta llegar a un nuevo público. El diálogo es estimulante”.
Sin embargo, sean cuales sean los giros sociales que se hayan producido en el ciberespacio o en la ciudad, Rushdie ciertamente ha mantenido su caché literario; lo cual no es poco, señala el veterano agente Janklow: “Es difícil ser un gran personaje social y un gran escritor”.
El autor sigue estando muy solicitado como conferenciante. En enero canceló un viaje a India —en el que iba a hablar en el Festival de Literatura de Jaipur— preocupado por los posibles riesgos que amenazaban su seguridad. Pero el mes pasado finalmente regresó al país para acudir al Cónclave India Actual de Nueva Delhi. Sus memorias se esperan con expectación; se supone que relatarán los años que permaneció oculto tras la promulgación de la fetua.
Se ha entregado a las redes sociales como un adolescente, hasta el punto de enfrentarse a los responsables de Facebook por un conflicto a raíz del nombre que usaba en su perfil (Rushdie se salió con la suya)
“Salman sigue estando en boca de todos y forma parte de la cultura y las conversaciones”, afirma Carter, de Vanity Fair.
Page-Green consiguió que el escritor se uniera al comité asesor del Fondo Lunchbox hace años. Y confiesa que le pidió que ejerciera de anfitrión en una feria literaria pensada para recaudar fondos que celebró hace unas semanas no solo por su capacidad para dar a conocer la organización benéfica, sino porque también invitaría a sus amigos famosos. “Su perfil es claramente literario, y el acontecimiento está relacionado con eso”, razona.

Brooke Geahan, vicepresidenta de publicaciones de Booktrack, conoció a Rushdie en un recital de poesía hace siete años. Contactó al autor para pedirle permiso para usar uno de sus relatos y, más tarde, pedirle que leyera en Junoon. “Es muy generoso”, afirma. Los ejecutivos de Booktrack esperan que la participación de Rushdie (y la publicidad que le rodea) en la velada atraiga la atención de otros escritores contemporáneos de prestigio; hasta ahora, su página web solo ofrece 14 títulos.
Sin embargo, eso no parecía tener importancia aquella noche en Junoon. Los invitados dispensaban bravos y felicitaciones a Rushdie, y le preguntaban dónde podrían volver a escucharle. Rushdie sonreía encantado.
Fue uno de los últimos en dejar la fiesta.

Revindicación de los días normales-Juan Cruz

La policía india detiene a un conductor que se dirigía a una protesta contra la visita de Rushdie a Nueva Delhi el pasado 17 de marzo. / ADNAN ABIDI (REUTERS)
Solo los que lo vieron vivir la fetua(la condena a muerte que dictó Irán contra él, por sus Versos satánicos) pueden entender de veras cómo se siente Rushdie desde que desapareció esa sombra. Lo dicen sus amigos: feliz de estar vivo.

Durante años, la amenaza lo obligó a vivir encerrado entre las puertas de una mazmorra infinita, que viajaba con él. Y que sigue marcándolo como una maldición. Hace unas semanas publicaba aquí Antonio Muñoz Molina una crónica sobre el más reciente puñal que le clavaron a esa sensación de libertad que recuperó Rushdie y exhibe, por ejemplo, en Nueva York. “En enero de este año”, escribía el novelista español, “Salman Rushdie tenía previsto asistir a un festival literario en Jaipur, en India. India está considerada una democracia. Grupos musulmanes oficialmente moderados mostraron su rechazo a la visita de este presunto hereje”.

Resultado: Rushdie, “que es un hombre bastante tranquilo y partidario de la buena vida”, como subraya Muñoz Molina, optó por quedarse en Nueva York, lejos de la sombra que no lo abandona desde que los ayatolás lo pusieron en el ojo huracanado de su inquina.
La decisión de Rushdie es mucho más simbólica que la condena: él no va, se queda viviendo, sin el temor de que una esquina sea el preludio de un disparo. Pero la condena sigue ahí, no es un símbolo ni un recuerdo añejo del que haya escapado su víctima. Entonces, ¿qué extraña que este escritor, simpático y abierto, mundano y vivaz, ame la vida, sus noches y sus entresuelos, si arrastra en la conciencia de su memoria la peor de las calumnias, la que condena a muerte?
Un día, su amigo Martin Amis le preguntó por lo que hacía un día normal. “¿Un día normal?”, repreguntó Rush­die. “No tengo días normales”. Desde que Jomeini depositó sobre su cabeza la manzana terrible de la muerte, él ha luchado por volver a la normalidad, a tener días como estas noches que aquí se describen. No es una aspiración, es una reivindicación de los días normales, de su derecho a tenerlos.

Hace algún tiempo, cuando aún estaba encarcelado de esa manera, Daniel Mordzinski lo hizo posar y lo situó entre media docena de puertas entreabiertas. Ahora Rushdie quiere tener todas las puertas abiertas, y se divierte. Cualquiera haría lo mismo. Como una reivindicación de los días normales.
© 2012 New York Times News Service. Traducción de News Clips

14 abril, 2012

ESE CHIPAZO...

"Una de las maravillas de vivir en estos tiempos es la posibilidad de asistir a la confluencia entre la poesía y el conocimiento"
Antonio Muñoz Molina 14 ABR 2012 - 12:58
 


JOHN LUND (GETTY IMAGES / BLEND IMAGES RM)
 
De pronto hay algo donde antes no había nada. De un momento a otro la desolación se ha convertido en fervor y la esterilidad en deslumbramiento. En la conciencia vacía o en la hoja o en la pantalla en blanco ahora hay una primera frase o un verso completo. En la imaginación ha surgido una música llegada de no se sabe dónde. Las horas o días de trabajo tedioso quedan cancelados por una súbita sensación de ligereza. Lo imposible ahora se ha alcanzado sin apariencia de empeño. Lo que era difícil se ha vuelto fácil o ha resultado ser difícil y fácil a la vez. El esfuerzo consciente se ha revelado superfluo porque alguien que no parece exactamente uno mismo ha susurrado una solución. A partir de ahora el trabajo no será menos exigente, pero sí más fluido y más grato.

La palabra susurrar es adecuada: la inspiración es un soplo. Las imágenes que aluden a esa experiencia contienen el aliento y también la luz: la claridad súbita que revela lo hasta entonces oculto. En el querido vocabulario de los cómics la idea súbita es una bombilla que se enciende en el cerebro o encima de él, quizás derivada de las lenguas de fuego que señalaron la presencia del Espíritu Santo sobre las cabezas de los apóstoles. Los símbolos evolucionan con la tecnología: la inspiración es una llama cuando la noche se iluminaba con candelas de aceite y una bombilla en la era de la electricidad.

Cualquiera que haga tareas que requieren algún tipo de invención conoce tales momentos, pero elude mencionarlos, por miedo a los malentendidos: a no ser tomado en serio, a ser tomado por un místico o un romántico, a que se piense que si todo depende de una ocurrencia súbita no hay mayor mérito en el logro, o cualquiera puede aspirar a él. El problema se agrava en sociedades ásperas que desconfían de la inteligencia y consideran parásitos o estafadores a quienes de un modo u otro dedican sus vidas a trabajos relacionados con ella.

Para que los profesores lo miren con la adecuada seriedad y para que sus paisanos no lo apedreen o al menos no lo miren como a un payaso el escritor, el artista o el músico engolan la voz al hablar de sus oficios, y resaltan con razón la parte que hay en ellos, siempre, de entrega y disciplina, de tesón y control, de revisión permanente. Pero rara vez hablan, hablamos, de aquello sin lo cual todo el esfuerzo y toda la perseverancia no sirven para nada y no llevan a ninguna parte, esa revelación súbita de la que nace muchas veces una canción, una historia, un poema, el prodigio inexplicable de lo que no es el resultado del pensamiento racional, ni del propósito consciente, sino del más puro azar, lo que llega no cuando se lo busca y se lo espera, sino precisamente cuando se ha dejado de buscar, cuando se estaba buscando con obstinación otra cosa.

Un libro, en mi experiencia, no es la realización de un proyecto, un edificio que deriva exactamente del trazado de los planos. Es algo que llega de pronto y que uno sigue medio a tientas, guiado como máximo por algo parecido a esa brújula de la que habla Javier Marías; una brújula, en cualquier caso, de eficacia incierta, de movimientos caprichosos de aguja: quizás una brújula que hay que consultar de noche a la luz de una llama que en cualquier momento puede apagarse. Uno no escribe para contar lo que sabe, sino para saber lo que cuenta. El plano, cuando llega a existir, existe como un fogonazo, y lo que ilumina son casi siempre conexiones inesperadas entre cosas que hasta ese mismo momento parecían muy alejadas entre sí. Marcel Proust creyó que estaba escribiendo un ensayo sobre el crítico Sainte-Beuve que a él mismo le parecía tedioso y en el que había trabajado con desgana durante años: de pronto, una tarde, instigado por el sabor más célebre de la literatura, el tedio se convirtió en arrebato y la dificultad de inventar en un casi delirio de imágenes y situaciones. En el duermevela del despertar Richard Wagner escuchó el acorde del que derivaría todo el inmenso edificio sonoro del Anillo del Nibelungo. El máximo desaliento había precedido a la mayor enajenación creadora.

Desde los griegos la inspiración inventiva se asoció a lo sobrenatural: en la etimología de la palabra entusiasmo está la idea de la posesión por un dios. Una de las maravillas de vivir en estos tiempos es la posibilidad de asistir a la confluencia entre la poesía y el conocimiento científico. Escáneres e imágenes magnéticas están favoreciendo una precisión cada vez mayor en el estudio de los procesos cerebrales, al mismo tiempo que la biología molecular permite conocer el sustento físico de la imaginación y la memoria. Jonah Lehrer, un divulgador de éxito especializado en la neurociencia, acaba de publicar Imagine: How Creativity Works, un libro sobre los descubrimientos en ese campo que parecía el más escurridizo y misterioso de todos: de dónde viene lo que parece surgido instantáneamente de la nada; lo intuido, lo medio soñado, lo que se escribe o se toca en un estado como de sonambulismo, la ocurrencia de un poema o de una melodía y también la de una de esas modestas invenciones que en seguida se vuelven obvias pero en las que nunca había pensado nadie: la cinta adhesiva, por ejemplo, el post-it, la canción Like a Rolling Stone de Bob Dylan, la mopa desechable, un poema de Auden, el eslogan I Love New York con el corazón rojo en el centro, el velcro, los primeros dramas históricos de Shakespeare; tantas de las cosas que implican el que según Lehrer es el más importante de nuestros talentos: la capacidad de imaginar lo que nunca antes ha existido.

En todos estos hallazgos dispares hay un cierto número de elementos comunes. Hay una mezcla de tozudez y capitulación: justo cuando se abandona después de un largo esfuerzo que no ha tenido fruto es cuando aparece lo que ya no se buscaba. Hay disciplina pero también hay jubiloso abandono: después de haberse adiestrado durante muchos años en el control absoluto de su instrumento un músico de jazz puede permitirse improvisar en un estado en el que el flujo de la electricidad y de la sangre en su cerebro se parece mucho al de la mente que sueña. Hay una memoria operativa que puede trabajar al mismo tiempo con una rica variedad de ideas e imágenes y hallar conexiones y similitudes sorprendentes. El inventor del velcro pensó de pronto en esas semillas pinchudas que se le quedaban adheridas en el lomo a su perro lanudo. El del post-it, un hombre muy religioso, perdía siempre los papelitos con los que separaba las páginas de su libro de himnos, y se acordó de un pegamento muy débil del que había oído hablar distraídamente hacía algún tiempo. Joyce conectó el mito de Ulises y el del Judío Errante con un día en la vida de un pobre hombre cualquiera de Dublín.
Chispazos así llegan de tarde en tarde, si llegan. Uno trabaja a diario con la esperanza, con la superstición de merecerlos.

Corrección: la semana pasada escribí que no hay una buena biografía de Luis Cernuda. Jordi Doce y otros lectores se han apresurado a corregir mi inexcusable ignorancia: Tusquets ha publicado una gran biografía de Cernuda escrita por Antonio Rivero Taravillo.

Imagine: How Creativity Works. Jonah Lehrer. Houghton Mifflin Harcourt, 2012. 279 páginas.