Un filósofo es un tipo que sube a una cumbre en busca del sol; encuentra niebla, desciende y explica el magnífico espectáculo que ha visto. William Somerset Maugham
22 octubre, 2012
POETISAS DEL MUNDO
Alfonsina Storni era una mujer que albergaba en su frágil cuerpo una constelación de sombras, de fantasmas, que acabaron depositando su cabeza en un horno."..... ¿y que definiciòn es esta?....me pregunto: Patetismo..en su mas cruda acepciòn de la palabra....tenìa "mis dudas" ...consultè mi "mata burros"... "Patètico,ca adj. Conmovedor, que infunde dolor, tristeza o melancolìa. V. Emocionante) . Estas breves palabras definen ampliamente y sobra, el significado aludido.
Alejandra Pissarnit nos gusta tanto como Alfonsina, como Delmira Agustini, Dulce Ma. Borrero, Anais Nin, Gioconda Belli, Julia Burgos, Gabriela Mistral, Juana de Ibarborou, todas ellas mujeres envolventes, terriblemente femeninas, con una o dos excepciones, realistas y soñadoras, conforme e inconformes con su existencia. Con su vida.
A mi escasa persepciòn, quizàs Alfonsina es, entre las poetisas de Amèrica, la de mas impacto. Siente el ser mujer, y vive la rebeldìa de su sexo, lo que hace que todos vuelvan la mirada, una y otra vez a su obra poètica. La Storni nos conmueve puès vive con la intensidad de una alucinada, y el dolor clavado y nunca superado de haber sido hembra.
Tragedia absurda, verdad?...en ella tan esencialmente femenina, pero tan protestaria en contra de su condiciòn de discrimen. Bueno eso seria una explicaciòn, de su dolor nunca vencido, de su tragedia interior que, a la franca, para mi siempre serà un misterio...la vida la quiso a ella, pero ella destestò la vida, algo parecido con Alejandra....
En sus 46 años tres obseciones, como una rosa naùtica fatal guiaron su existencia por un mar lleno de noches y turbulencias: feminismo, magisterio, y periodismo. Entendemos que su vocaciòn por el magisterio, el periodismo que es poesìa, no fueron mas que refuerzos a su ìntima convicciòn feminista al asedio contìnuo de la incomprensiòn y la estupidez.
La poesia fue su arma permanente. Su suicidio el ùltimo verso, tràgico. No lo hizo por despecho, sino como un imperativo existencial irrevocable. No por cobardia sino por convencimiento. Entre ese ramillete de poetisas que menciono màs arriba, en todas el dolor y el placer estàn fundidos en su poesìa, enaltecedoras del sentimiento del amor que las escinden y la desgarran, la mayorìa como Alfonsina son tristes y nostàlgicas, sòlo en la poesìa està su plenitud autèntica."....
Ha transformado las percepciones de imàgenes en sensaciones...en vibraciones de millones de universos".... Fue la Storni una mujer impenetrable y a la vez perfectamente comprensible, cuado fue consciente y se supo viva, atomàticamente la rebeldia no la abandonaria ya màs.... Ha ninguna de las dos (Alejandra y Alfonsina)...no la habìan consultado si querian, o no, vivir, la vida de todas ellas, sus creatividades, sus pasiones y sus muertes, por disposiciòn propia algunas,- las hacen que no pasen desapercibidas, que conciten el interès ,que llamen la atenciòn de los criticos y aficionados del arte que se elabora de conceptos, tal es la poesìa. La creaciòn.
12 octubre, 2012
EL NOBEL MO YAN, UN "GARCÍA MÁRQUEZ" CHINO
10:53 AM ET
El estilo del autor chino, a quien le fue otorgado el jueves el premio Nobel de Literatura 2012, es comparado con el de otro premio Nobel, Gabriel García Márquez.
Mo Yan confirmó la influencia del colombiano en su obra cuando, en la presentación de la versión en mandarín autorizada de Cien años de soledad en 2011, comentó cómo la escena de Aureliano Buendía frente al paredón de fusilamiento lo atrajo con fuerza.
El Gabo inspiró de tal forma la obra de Mo Yan que su libro Grandes Pechos amplias caderas, "podría ser Cien años de soledad chino", en palabras de Marta Alonso, coordinadora general de la editorial Kailas.
Mo Yan hace un mapa de la historia de China, desde el siglo XX hasta nuestros días, mezclando relatos tradicionales, ese "realismo alucinante" por el que le dieron el Nobel.
Al igual que en Cien años de soledad García Márquez construye la vida de una familia durante una centuria. En Grandes Pechos amplias caderas, Mo Yan hace una reflexión de la historia de China desde la revolución de los bóxers hasta la revolución cultural de Mao Tse Tung en la década de 1970, a través de la vida de una mujer que busca perpetuar su descendencia.
Desde su fundación en 2005, la editorial independiente Kailas, ha mostrado su interés por autores chinos, y apostó por Mo Yan. La editorial ha publicado seis obras más de este escritor, las cuales son calificadas como "un auténtico regalo" por el fudador, Ángel Fernández Fermoselle.
"Sabíamos que le llegaría su momento", dijo a CNNMéxico Martha Alonso, coordinadora general de la editorial. "Llevamos como tres años diciendo que este 'año este año', y este es el primer año que lo teníamos muy seguro".
En 2008 se publicó por primera vez en español La balada del ajo, donde Mo Yan narra los cambios que han vivido los campesinos chinos durante las reformas iniciadas en el país asiático a finales de la década de 1970.
Pese a su crítica al modelo político y social chino, Mo Yan ha sabido sortear con humor e ironía la censura del gobierno de la nación asiática.
"Por medio de apologías de animales, critica la dictadura, la falta de libertad y el trato de las mujeres en la cultura china", dijo a la agencia EFE Eugenio Suárez Galván, profesor de literatura comparada en la Universidad de Nueva York en Madrid.
Fernández Fermoselle describe a Mo Yan como un autor "un tanto singular, lo que no quiere decir que sea un autor difícil", de acuerdo con un reporte de la agencia española.
"Tiene una mente tremenda: es capaz de escribir con soltura 900 páginas y que uno no solo no se canse, sino que incluso se quede con la sensación de que quiere más", explicó el editor de Kailas.
"Para el gran escritor que es, es muy humilde, no le da importancia a como realmente escribe y la maravilla de escritura que tiene", aseguró a CNNMéxico Martha Alonso quien ve el premio Nobel de Literatura para Mo Yan como ganarse la "lotería" para la editorial.
"Nosotros somos una editorial independiente que en los tiempos actuales que corren en España hemos luchado por salir adelante para dar a conocer nuestros libros", dijo Alonso, refiriéndose a la crisis que padece la economía española.
Alonso señaló que en un país como España donde dominan los grandes grupos editoriales, "para nosotros es un gran empujón" el premio Nobel de Literatura para Mo Yan, por lo que espera que sirva de aliciente para otras editoriales independientes.
Otro de los títulos que la editorial española incluye en su catálogo es Shifu, harías cualquier cosa por divertirte, una serie de ocho relatos breves que demuestran la calidad del escritor chino para desarrollarse en varios géneros literarios.
"Siempre se ha dicho que un buen cuentista no puede hacer buenas novelas, y un buen novelista no puede hacer buenos cuentos, en Mo Yan eso no ocurre, el escribe relatos impresionantes", apuntó Alonso.
La vida y la muerte me están desgastando y La República del vino son algunas de las obras más complejas del autor. Rana es el más reciente título de Mo Yan publicado por Kailas.
De acuerdo con sus primeras eclaraciones tras el anuncio del Nobel de Literatura, Mo Yan considera que su obra llegará más a occidente, y que el mundo podrá reconocer el trabajo de más autores chinos.
"Tiene un enorme interés de que sus libros estén en América, es uno de sus mayores proyectos", indicó Martha Alonso, quien señaló que la editorial lleva un año distribuyendo la obra de Mo Yan en el continente americano.
"Quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra", aseguró Mo Yan, cuyo verdadero nombre es Guan Moye, pero adoptó su seudónimo ("No hables", en mandarín) en su primera novela.
Con información de Jorge Eduardo Gómez
Mo Yan confirmó la influencia del colombiano en su obra cuando, en la presentación de la versión en mandarín autorizada de Cien años de soledad en 2011, comentó cómo la escena de Aureliano Buendía frente al paredón de fusilamiento lo atrajo con fuerza.
El Gabo inspiró de tal forma la obra de Mo Yan que su libro Grandes Pechos amplias caderas, "podría ser Cien años de soledad chino", en palabras de Marta Alonso, coordinadora general de la editorial Kailas.
Mo Yan hace un mapa de la historia de China, desde el siglo XX hasta nuestros días, mezclando relatos tradicionales, ese "realismo alucinante" por el que le dieron el Nobel.
Al igual que en Cien años de soledad García Márquez construye la vida de una familia durante una centuria. En Grandes Pechos amplias caderas, Mo Yan hace una reflexión de la historia de China desde la revolución de los bóxers hasta la revolución cultural de Mao Tse Tung en la década de 1970, a través de la vida de una mujer que busca perpetuar su descendencia.
Desde su fundación en 2005, la editorial independiente Kailas, ha mostrado su interés por autores chinos, y apostó por Mo Yan. La editorial ha publicado seis obras más de este escritor, las cuales son calificadas como "un auténtico regalo" por el fudador, Ángel Fernández Fermoselle.
"Sabíamos que le llegaría su momento", dijo a CNNMéxico Martha Alonso, coordinadora general de la editorial. "Llevamos como tres años diciendo que este 'año este año', y este es el primer año que lo teníamos muy seguro".
En 2008 se publicó por primera vez en español La balada del ajo, donde Mo Yan narra los cambios que han vivido los campesinos chinos durante las reformas iniciadas en el país asiático a finales de la década de 1970.
Pese a su crítica al modelo político y social chino, Mo Yan ha sabido sortear con humor e ironía la censura del gobierno de la nación asiática.
"Por medio de apologías de animales, critica la dictadura, la falta de libertad y el trato de las mujeres en la cultura china", dijo a la agencia EFE Eugenio Suárez Galván, profesor de literatura comparada en la Universidad de Nueva York en Madrid.
Fernández Fermoselle describe a Mo Yan como un autor "un tanto singular, lo que no quiere decir que sea un autor difícil", de acuerdo con un reporte de la agencia española.
"Tiene una mente tremenda: es capaz de escribir con soltura 900 páginas y que uno no solo no se canse, sino que incluso se quede con la sensación de que quiere más", explicó el editor de Kailas.
"Para el gran escritor que es, es muy humilde, no le da importancia a como realmente escribe y la maravilla de escritura que tiene", aseguró a CNNMéxico Martha Alonso quien ve el premio Nobel de Literatura para Mo Yan como ganarse la "lotería" para la editorial.
"Nosotros somos una editorial independiente que en los tiempos actuales que corren en España hemos luchado por salir adelante para dar a conocer nuestros libros", dijo Alonso, refiriéndose a la crisis que padece la economía española.
Alonso señaló que en un país como España donde dominan los grandes grupos editoriales, "para nosotros es un gran empujón" el premio Nobel de Literatura para Mo Yan, por lo que espera que sirva de aliciente para otras editoriales independientes.
Otro de los títulos que la editorial española incluye en su catálogo es Shifu, harías cualquier cosa por divertirte, una serie de ocho relatos breves que demuestran la calidad del escritor chino para desarrollarse en varios géneros literarios.
"Siempre se ha dicho que un buen cuentista no puede hacer buenas novelas, y un buen novelista no puede hacer buenos cuentos, en Mo Yan eso no ocurre, el escribe relatos impresionantes", apuntó Alonso.
La vida y la muerte me están desgastando y La República del vino son algunas de las obras más complejas del autor. Rana es el más reciente título de Mo Yan publicado por Kailas.
De acuerdo con sus primeras eclaraciones tras el anuncio del Nobel de Literatura, Mo Yan considera que su obra llegará más a occidente, y que el mundo podrá reconocer el trabajo de más autores chinos.
"Tiene un enorme interés de que sus libros estén en América, es uno de sus mayores proyectos", indicó Martha Alonso, quien señaló que la editorial lleva un año distribuyendo la obra de Mo Yan en el continente americano.
"Quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra", aseguró Mo Yan, cuyo verdadero nombre es Guan Moye, pero adoptó su seudónimo ("No hables", en mandarín) en su primera novela.
Con información de Jorge Eduardo Gómez
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11 octubre, 2012
PREMIO NOBEL DE LITERATURA MO YAN: "GANAR NO REPRESENTA NADA"
El escritor confesó que le sorprendió el galardón, porque no es “un autor tan experimentado como otros autores chinos”
Mo Yan (AP)
(EFE/DPA). El escritor chino Mo Yan, galardonado hoy con el Premio Nobel de Literatura, expresó a la prensa oficial su alegría por el galardón, aunque aseguró que “ganar no representa nada” y que seguirá “centrado en la creación de nuevas obras”.
“Continuaré trabajando duro, gracias a todos”, señaló un elusivo Mo, que en las horas posteriores ha intentado aislarse de la prensa y los admiradores, en una breve entrevista a la agencia oficial China News desde su casa en la aldea de Gaomi, de la provincia oriental de Shandong.
Sobre la importancia del premio para la literatura china, Mo aseguró que “China tiene muchos autores excelentes, cuyos destacados trabajos podrán también ser reconocidos en el mundo”.
Ante la también oficial agencia Xinhua, el escritor de 57 años se mostró “muy sorprendido” por el galardón: “Me sorprendió mucho ganar el premio porque sentí que no soy un autor tan experimentado como otros autores chinos. Hay muy buenos escritores y mi estatus no era tan elevado”.
A la televisión estatal CCTV, el escritor de “Sorgo rojo”, “Las baladas del ajo” o “La vida y la muerte me están desgastando” señaló que prefería “estar con los pies en la tierra” y no hacer grandes celebraciones.
“Quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra”, aseguró Mo, quien dijo que se encontraba en su pueblo “para sentirse tranquilo” y “escribir encerrado en su habitación”.
“Estoy con mi padre en el pueblo, para ver el campo”, dijo con sencillez el nobel chino, quien dijo tener en mente “muchos temas para escribir”.
05 septiembre, 2012
LO MEJOR DE AUGUSTE COMTE...
«Sólo hay una máxima absoluta y es que no hay nada absoluto»
Auguste Comte fue un filósofo francés, considerado el fundador del positivismo y de la sociología. Para dar una respuesta a la revolución científica, política e industrial de su tiempo, ofreció una reorganización intelectual, moral y política del orden social.
Auguste Comte reclamó la necesidad de crear la sociología, porque entendía que sólo hay hombre en sociedad. En su afán de acercarse a la unidad y armonía que había en la edad media, recurrió a la filosofía (fundó la Filosofía Positiva) y a la Religión (fundó la Religión Positiva).
Entre sus obras más destacadas están:
Curso de filosofía positiva Vol I (1830)
Discurso sobre el espíritu positivo (1844)
Sistema de política positiva Vol I (1851)
Catecismo positivista (1852)
Síntesis subjetiva (1856)
Curso de filosofía positiva Vol II (1836)
Para recordarlo te traemos algunos de los más célebres pensamientos de Auguste Comte:
«Saber es poder.»
«Sólo los buenos sentimientos pueden unirnos; el interés jamás ha forjado uniones duraderas.»
«A los hombres no se les permite pensar libremente acerca de la química y la biología: ¿por qué debería perimírseles pensar libremente acerca de la filosofía política?»
«Saber para prever, a fin de poder.»
«Para comprender una ciencia es necesario conocer su historia.»
«Vivir para los demás no es solamente una ley de deber, sino también una ley de felicidad.»
«El amor como principio, el orden como base, el progreso como fin.»
«Mucho más que los intereses es el orgullo quien nos divide.»
«Los muertos gobiernan a los vivos.»
«Sólo hay una máxima absoluta y es que no hay nada absoluto.»
Auguste Comte reclamó la necesidad de crear la sociología, porque entendía que sólo hay hombre en sociedad. En su afán de acercarse a la unidad y armonía que había en la edad media, recurrió a la filosofía (fundó la Filosofía Positiva) y a la Religión (fundó la Religión Positiva).
Entre sus obras más destacadas están:
Curso de filosofía positiva Vol I (1830)
Discurso sobre el espíritu positivo (1844)
Sistema de política positiva Vol I (1851)
Catecismo positivista (1852)
Síntesis subjetiva (1856)
Curso de filosofía positiva Vol II (1836)
Para recordarlo te traemos algunos de los más célebres pensamientos de Auguste Comte:
«Saber es poder.»
«Sólo los buenos sentimientos pueden unirnos; el interés jamás ha forjado uniones duraderas.»
«A los hombres no se les permite pensar libremente acerca de la química y la biología: ¿por qué debería perimírseles pensar libremente acerca de la filosofía política?»
«Saber para prever, a fin de poder.»
«Para comprender una ciencia es necesario conocer su historia.»
«Vivir para los demás no es solamente una ley de deber, sino también una ley de felicidad.»
«El amor como principio, el orden como base, el progreso como fin.»
«Mucho más que los intereses es el orgullo quien nos divide.»
«Los muertos gobiernan a los vivos.»
«Sólo hay una máxima absoluta y es que no hay nada absoluto.»
04 septiembre, 2012
FICCIONES...
“Ficciones” fue la primera obra de Borges que obtuvo cierto reconocimiento, tanto en Argentina como en el extranjero. Publicada en 1944, consiguió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, y abrió las puertas a su autor para el prestigio creciente que atesoraría más tarde.
Y todo ello porque “Ficciones” es un libro increíble. Hay quien dice que uno debe leer a Borges una vez en la vida, por lo menos, aunque luego reniegue de él, porque de sus obras se extraen conocimientos que no se pueden sacar de ninguna otra parte. Yo, desde luego, estoy de acuerdo, y lo he leído y releído varias veces.
Borges era un hombre con dos características principales, que marcaron su obra de principio a fin: poseía una erudición inmensa y estaba fascinado por la magia del tiempo. Eso se puede observar plenamente en algunos de los cuentos de “Ficciones”, en concreto en el primero de los dos conjuntos de historias que lo componen, “El jardín de los senderos que se bifurcan”.
El cuento que abre la serie, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, nos habla sobre el descubrimiento del propio autor de un libro en el que se narra la historia de un mundo imaginario, Tlön, dotado de unas reglas físicas más bien alucinantes. El pequeño texto “Pierre Menard, autor de El Quijote” es una maravilla sobre la creación y la originalidad. “La lotería de Babilonia”, donde Borges juega con el azar (otro de sus temas preferidos) de un modo en extremo cruel. Y, finalmente, “La biblioteca de Babel” con otros leits motifs borgianos (los libros, los laberintos) y que se ha convertido en un clásico del cuento por su imaginación, su originalidad y su planteamiento.
Entre las historias de la segunda serie, “Artificios”, cabe destacar “Funes el memorioso”, espléndido ejercicio narrativo sobre la fuerza y la condena de la memoria, que Borges desarrolla de una manera muy peculiar, y que ha sido repetido y plagiado hasta el infinito; o también “La muerte y la brújula”, uno de esos textos tan característicos de Borges, en el que mezcla su pasión por la matemática y la filosofía con una historia clásica de detectives.
Resumir a Borges y sus cuentos en tan pocas líneas es una empresa difícil: lo mejor, evidentemente, es leerlo. Como dije arriba, es un autor al que hay que leer al menos una vez en la vida. Y esto es así porque su imaginación y sus temas recurrentes son una auténtica delicia.Se le achaca como punto flaco que es repetitivo: eso es cierto. Borges vivió obsesionado por ciertos argumentos que reiteró hasta la saciedad en muchos de sus cuentos, poemas y ensayos: los laberintos, la eternidad, el azar, el tiempo, el doble. Son muchos los patrones que, una y otra vez, aparecen en los cuentos, hasta el punto que, después de leer parte de su obra, puede dar la impresión de estar leyendo variaciones sobre un tema común. Lo cual es rigurosamente cierto. Pero ese detalle no resta ni un ápice de magia y genialidad al autor argentino.
Como otro de sus más conocidos compatriotas, Julio Cortázar, la mayor virtud de Jorge Luis Borges no fue crear un estilo propio e innovador, o lanzar al mundo una obra maestra mayúscula que establezca un antes y un después en la historia de la literatura. Su gran acierto fue jugar con los textos, divertirse con ellos y adaptarlos a su antojo, convirtiendo al lector en su cómplice. No se dejó atrapar en las formas clásicas del cuento y las cambió y manipuló a su antojo, transformando las historias en juegos, en adivinanzas, en jeroglíficos que mueven al lector a involucrarse. Quizá por eso sea un autor tan imprescindible.
En pocas palabras, “Ficciones” nos proporciona, además de un rato ameno y curioso, unos puntos de vista distintos y surrealistas sobre la realidad y el mundo que conocemos. Dado el estado de la literatura, eso no es poco.
03 septiembre, 2012
EDUARDO GALEANO SALE DEL HOSPITAL Y DEDICA POEMA A DESAPARECIDOS....
31 Agosto 20125 Comentarios
Eduardo Galeano. Foto: Milenio
El Día Internacional del Desaparecido fue conmemorado el 30 de agosto por distintas organizaciones y agrupaciones en diferentes del planeta, y para unirse a la celebración, el escritor uruguayo Eduardo Galeano publicó en una página oficial de Internet, un poema alusivo a este tema.
El literato sudamericano, de 71 años de edad, quien abandonó un hospital privado en Montevideo, donde estuvo internado hasta el pasado 28 de agosto, añadió en la entrada de su blog, el texto que se titula “Día de los desaparecidos”.
En la página de internet se pueden leer los siguientes versos:
Día de los desaparecidos
Por Eduardo GaleanoAgosto 30
Desaparecidos: los muertos sin tumba, las tumbas sin nombre.
Y también:
los bosques nativos,
las estrellas en la noche de las ciudades,
el aroma de las flores,
el sabor de las frutas,
las cartas escritas a mano,
los viejos cafés donde había tiempo para perder el tiempo,
el fútbol de la calle,
el derecho a caminar,
el derecho a respirar,
los empleos seguros,
las jubilaciones seguras,
las casas sin rejas,
las puertas sin cerradura,
el sentido comunitario
y el sentido común.
Los hijos de los días
Y los indios siguieron desapareciendo después. Los que se sometieron y renunciaron a la tierra y a todo, fueron llamados indios reducidos: reducidos hasta desaparecer. Y los que no se sometieron y fueron vencidos a balazos y sablazos, desaparecieron convertidos en números, muertos sin nombre, en los partes militares. Y sus hijos desaparecieron también: repartidos como botín de guerra, llamados con otros nombres, vaciados de memoria, esclavitos de los asesinos de sus padres.
30 julio, 2012
CINCUENTA AÑOS SIN WILLIAN FAULKNER....
«Entre el whisky y la nada, me quedo con el whisky», dijo. Pero se quedó con la literatura. Medio siglo después de su muerte, William Faulkner, amado y odiado, resiste
Faulkner, nacido como Falkner y «corregido» para la Historia por el acierto de una errata en su hoja de enrolamiento de la Royal Flying Corps. Acercándose al galope –con sesenta y cuatro años, hace medio siglo– y montando un caballo que, de pronto y sin aviso, lo arroja por última vez sobre un camino de tierra del Mississippi. Y de ahí –ya nunca repuesto del todo– a un lecho de hospital y a un fulminante ataque cardiaco el 6 de julio de 1962.
O mejor con un abanico de fotos –acaso extraídas de la monumental biografía que le erigió Joseph Blotner– que lo muestran, por orden cronológico: nacido en 1897 como hijo de ese profundo Sur «que solo pueden entender los que nacieron allí»; como estudiante perezoso y lento; como aviador que se queda sin guerra donde volar; como poeta frustrado que se resigna a la prosa; como escritor más secreto que olvidado al que Sherwood Anderson ayuda a debutar con la condición de no tener que leer su manuscrito; como guionista ebrio («Entre el whisky y la nada, me quedo con el whisky», sonríe a cámara) languideciendo en Hollywood, poniendo frases en boca de Humphrey Bogart en Tener y no tener y El sueño eterno y preguntándole a Howard Hawks si puede hacer hablar al monarca egipcio de Tierra de faraones «como si fuese un coronel de Kentucky»; como figura de culto en Europa donde Sartre afirma que, para los jóvenes de Francia, «Faulkner c’est un dieu» y donde Albert Camus celebra «su calor y su polvo»; como estrella descatalogada y redescubierta para los suyos con la edición de la antológica antología The Portable Faulkner que ordena en 1946 al genio con genio cortesía de Malcolm Cowley; como ese hombre que prefiere considerarse más granjero que escritor y que pronuncia uno de los más breves e intensos y mejores discursos de aceptación del Nobel.
Vender sin venderse
Quizás mejor estudiar a fondo ese mapa del imaginado pero verdadero condado de Yoknapatawpha de puño y trazo y letras de su creador, así como los frondosos árboles dinásticos de los Snopes, de los Compson, de los Sartoris y de los Sutpen.
O, sin más demora, ir directo a la obra. Veintiuna novelas, tres libros de cuentos, dos de poemas y numerosas recopilaciones póstumas. Arrancar con las más «fáciles» La paga de los soldados, Mosquitos (donde aparece un borracho de nombre William Faulkner que no deja de mirar fijo a toda mujer que pasa por ahí) o Pilón. O adentrarse en esa tormenta noir escrita –en tres semanas frenéticas– para vender, sin por eso venderse, que es Santuario. O mojarse los pies en relatos cortos y amplios como «Una rosa para Emily» o «El oso».
O, seamos valientes, respirar profundo y zambullirse en el riada de ¡Absalón, Absalón! –publicada el mismo año que otra alucinación sureña: Lo que el viento se llevó, que se hizo con el Pulitzer– y en su primera oración de doce líneas, que incluye paréntesis y guiones, para llegar a la otra orilla, felizmente extenuados, cambiados para siempre, descubriendo maravillados que hemos aprendido a respirar y a leer bajo del agua.
«Si pudiese volver a escribir mi obra lo haría mucho mejor», reconoció
¿Y de dónde viene Faulkner, alguien que, según Italo Calvino, «pone toda la carne en el asador y monta tragedias cósmicas que ríase usted de Sófocles»? Hoy está asumido que –considerado Faulkner como uno de los tres ángulos sobre los que se apoya toda la literatura Made in USA del siglo XX– la cosa se organiza más o menos así: Hemingway sale de Twain, Scott Fitzgerald se apoya en Hawthorne y en Henry James, y Faulkner surge de Melville pero, enseguida, agrega más ingredientes al espeso potaje. Receta que se cuece a fuego lento y que desglosó J. M. Coetzee, quien considera a Faulkner «uno de los innovadores más radicales en la historia de las letras estadounidenses». A saber: «Swinburne y Housman y tres novelistas que dieron vida a mundos imaginarios lo suficientemente vívidos y coherentes como para suplantar al real: Balzac, Dickens y Conrad. Añádase a lo anterior una familiaridad con las cadencias del Viejo Testamento, Shakespeare y Moby Dick, y, pocos años después, un veloz estudio de sus mayores y contemporáneos como T. S. Eliot y James Joyce, y el joven Bill Faulkner ya estaba listo y armado». Y, me parece, Coetzee olvida a Proust y sus digresiones flotando a través de años y espacios. «¡Era esto!», exclama Faulkner al leer al francés y descubrir «el libro que más me hubiera gustado escribir».
Pasiones tras las cortinas
Enseguida –y eso es lo que diferencia a los inmensos de los apenas grandes– todas las posibles influencias se funden en algo único y original. Y gótico sureño: dinastías en caída, libre flujo de conciencia, tiempo suspendido, ardiente bourbon marca Old Crow y embriagante perfume de glicinas, cortinas corridas y pasiones desatadas, silencios profundos y arengas inflamables, blancos y negros; y todo eso, hasta el fin de todas las cosas de ese mundo.
«Difícilmente podrá culparse al crítico si algún imperativo categórico que aún persiste en la condición humana (incluso en nuestros días) le obliga a situar a esta obra en un lugar elevado entre las obras mediocres», concluyó en 1930 del suplemento de libros de The New York Times refiriéndose a Mientras agonizo. «La novela más consistentemente aburrida de la última década», dictaminó The New Yorker sobre ¡Absalón, Absalón!
Sin su influencia no habría habido novela moderna en Iberoamérica
Posiblemente –aunque más de uno lo piense– nadie se atrevería hoy a poner algo así por escrito. Pero también es cierto que el trato que se continúa dando a Faulkner es siempre ambiguo. Faulkner es materia volátil, sustancia que no debe agitarse demasiado antes de su uso, virus altamente contagioso. Se reconoce su grandeza pero, siempre, con cautas contraindicaciones y posibles efecto residuales. Así, es bien conocida su respuesta en la entrevista de The Paris Review de 1956 donde –aunque ya nobelizado y supuestamente incuestionable– todavía se le pide una sugerencia para aquellos «que no entienden lo que escribe incluso después de leerlo dos o tres veces». Faulkner recomienda: «Que lo lean cuatro veces».
La percepción de Faulkner –quien, más allá de esconderse mal tras la transparente máscara de un ignorante, lo leía todo y hasta tuvo tiempo de dedicar un elogio a Salinger– entre sus colegas titanes fue, en principio, variada. Nabokov lo reduce a «imposibles estruendos bíblicos». Thomas Mann, leyendo Una fábula, la encuentra «un poco barata y fácil», pero destaca su conocimiento de la vida militar. Borges –quien lo traduce y lo alaba en público– firma en 1937 una reseña que abre calificándolo de «aparición tremenda» y cierra con un «¡Absalón, Absalón! es equiparable a El ruido y la furia. No sé de un elogio mayor» –en privado y para oídos de Bioy, desdeña su «acumulación de atrocidades» e ironiza finalmente con un: «Si el carácter shakesperiano fuera la mayor excelencia literaria, Faulkner sería el más grande escritor de nuestros días». Y Burguess advirtió que «rimbombante y difícil como es, Faulkner justifica el esfuerzo».
Un «beatnik» más
Más crueles –cabía esperarlo, por el reflejo casi automático de matar al padre– fueron sus inmediatos descendientes nacidos en la misma y sureña patria chica. Carson McCullers –a quien Faulkner llamaría «mi hija»– juntaría coraje con un: «Tengo más cosas que decir que Hemingway y, Dios lo sabe, lo digo mejor que Faulkner». Flannery O’Connor –Faulkner alabó su Sangre sabia– confesó: «Ni intento acercarme a él para que mi pequeño bote no se empantane». Katherine Ann Porter lo describió como «un viejo gallo de pelea que ya cansa con esa postura de anti-intelectual y anti-literato».
William Styron –quien cubrió el funeral del maestro como «una muerte que nos disminuye»– aseguró que «Faulkner no ayuda lo suficiente al lector. Estoy a favor de su complejidad pero no de su confusión… Triunfa a pesar de sí mismo en El ruido y la furia, pero es demasiado intenso durante demasiado tiempo». Eudora Welty: «Es como una gran montaña en tu vecindario. Es bueno saber que está ahí, pero no te ayuda en nada con tu trabajo». Y Truman Capote –quien admitió que Luz en agosto era una obra sin par– dijo no ser un gran admirador suyo porque «es imprudente, muy confuso, y no tiene control alguno sobre lo que hace», para después lanzar risitas revelando la afición a las ninfas del viejo jinete.
«¡Era esto!», exclamó Faulkner al leer al francés a Proust
Menos problemas tuvieron con él los que vinieron después y siguieron su estela. ¿Posibles nombres de sureños o no, pero todos tejedores de frases largas y sinuosas? Malcolm Lowry, William Goyen, Harold Brodkey, Barry Hannah, Allan Gurganus, James Dickey, Robert Penn Warren, Jayne Anne Phillips, Cormac McCarthy, Walter Percy, Denis Johnson, Rick Moody, David Foster Wallace, Brad Watson. Y, también, destellos de Faulkner en el movimiento perpetuo de los beatniks («el único hombre vivo que escribe realmente como nosotros es Faulkner», le escribe Allen Ginsberg a Jack Kerouac), y en las canciones pantanosas de REM y de Jim White, y en los relámpagos de Bob Dylan, quien, en 1964, viajó a Oxford, Mississippi, para ver a Faulkner y, aunque no lo encontró, regresó de ese viaje electrizado.
«Nunca llegaré a conocerlo»
Nadie vuelve a ser el que era después de Faulkner. Así, el muy faulkneriano Rushdie certifica su influencia en la India y en África. Y, por supuesto, en nuestro idioma. En Latinoamérica (para García Márquez, El villorrio es «la mejor novela suramericana jamás escrita»). Y en España, donde Juan Benet lo abrazó con: «Es el escritor que más he admirado, el que más he leído, es una constante en mi vida, me ha influido como el cielo que me ha visto nacer o como el mismo lenguaje… No dejaré de leerlo nunca, para mi propio estímulo, en los años que me queden de vida. Y por eso nunca llegaré a conocerlo»; Javier Marías considera que «cualquiera que tenga curiosidad por la novela del siglo XX en cualquier idioma tiene la obligación de leer a William Faulkner»); y otros paladines como Muñoz Molina, Gándara y Guelbenzu se suman a la fiesta.
Faulkner llega pronto a nosotros. Comienza a traducirse ya a principios de los años 30 (lo primero es el relato «Todos los pilotos muertos» en Revista de Occidente, y enseguida Santuario en versión del cubano Lino Novás Calvo, autor de Pedro Blanco, el Negrero) y puede entendérselo como un autor más del boom o, mejor, como el autor del boom. Así, Comala y Macondo y Piura y Santa María como suburbios de Yoknapatawpha.
«Que me lean cuatro veces», les recomendó el escritor a sus detractores
La prosa y la técnica y la temática encienden la mecha del big bang y dan el disparo de salida en las carreras de Gabriel García Márquez («Ahora sé que solo la técnica de Faulkner me permitió a mí escribir lo que veía»), Mario Vargas Llosa («Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina») y Carlos Fuentes («Faulkner reúne todos los tiempos de sus personajes en el presente narrativo»), así como en figuras satelitales como Cabrera Infante, Sábato, Rulfo, Carpentier, Saer, Roa Bastos («Todos pasamos por la casa de Faulkner») y Reynaldo Arenas: «Todo el tiempo leyendo y releyendo a Faulkner». Y, muy especialmente, en Juan Carlos Onetti, quien, escribiendo la necrológica del que consideraba su maestro, empezaba a evocarlo así: «Estuvo toda su vida inmerso como nadie en la literatura, aún desde los años en que ni siquiera soñaba con escribir». Por esos días, un joven Ricardo Piglia leía a Faulkner con la misma fe con que Faulkner leyó el Ulises: «La lectura de Faulkner es uno de los grandes acontecimientos de mi vida».
Y desde ahí, de nuevo, al principio de Faulkner como tercer ángulo de una tríada de reyes magos compuesta también por Fitzgerald (y su escritura «con la autoridad del fracaso») y Hemingway (defensor al ataque de eso de la «gracia bajo presión»). ¿Quién es el mejor de ellos? Fitzgerald admiraba a Faulkner y su «país grotesco y pintoresco» desde la prudente distancia de otro estilo, intereses y latitud; pero Hemingway –insufrible maniático perseguidor que sufría de manía persecutoria– siempre lo consideró rival peligroso, pensaba que Faulkner era el mejor cuando se emborrachaba, y lo «desafió» en numerosas ocasiones, llegando a burlarse de su condado de «Octanawhoopoo» o «Anomatopeio». «Todo lo que se necesita para escribir como él lo hace es un cuarto de whisky, el suelo de un granero y un total desprecio por la sintaxis», apuntó.
Fue Richard Ford –otro caballero sureño– quien, en 1983, celebró a los tres colosos, repartió elogios, y se arriesgó a un «Faulkner, por supuesto, fue el mejor de los tres y el mejor que haya escrito ficción norteamericana en el siglo XX».
Recipiente de los dioses
Para decirlo en palabras del propio Faulkner cerca de sus cincuenta años, y en un raro rapto de orgullo: «Ahora soy conciente por primera vez del asombroso don que me fue conferido: sin ninguna educación formal y sin haber contado con personas educadas y mucho menos interesadas por la literatura, a pesar de ello, llegué hasta donde me encuentro hoy. No tengo idea de dónde me vino esa capacidad o qué dios o dioses me escogieron para ser su recipiente».
¿Cómo finalizar? Para terminar, lo que mejor toca y corresponde es despedirse por un rato de Faulkner (y no esperar hasta la próxima efeméride redonda) con sus propios dichos, que, además de ingeniosos y certeros, hacen de él un gran ejemplo, una figura inimitable, una cima inalcanzable pero que, aún así, digan lo que digan sus compañeros, puede enseñarnos tantas cosas.
«¿La inspiración? He oído hablar de ella, pero no la he visto nunca», dijo
Pensemos entonces en Faulkner –quien nunca dejó de construir su propio universo, aunque pareciera tener al universo de los otros en su contra; alguien que jamás leyó a Freud por considerarlo innecesario y «porque tampoco lo leyó Shakespeare», pero que no dejaba pasar año sin volver al Quijote– y que recomendó: «Lee, lee, lee. Lee de todo: basura, clásicos, a los buenos y a los malos, hasta ver cómo es que lo hicieron. ¡Lee! Acabarás absorbiéndolo. Y entonces, escribe».
Faulkner como el sintetizador de la fórmula secreta, fácil de teorizar y difícil de poner en práctica de su oficio, con un «99 por ciento de talento... 99 por ciento de disciplina... 99 por ciento de trabajo… ¿La inspiración? No sé nada sobre la inspiración. Porque no sé qué es; he oído hablar de ella pero no la he visto nunca… El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo».
El buitre y el lobo
Faulkner entendía la literatura como algo «equiparable a lo que hace una cerilla en el centro de la noche y en mitad del campo», que nos hace conscientes de la oscuridad que nos rodea. Ya cerca del final, admitía que «si pudiese volver a escribir mi obra lo haría mucho mejor, y ese el mejor estado en el que puede hallarse un artista».
Faulkner como aquel que deseaba reencarnarse en un buitre porque «nadie lo odia, ni lo envidia, ni lo desea, ni lo necesita; jamás lo molestan y nunca está en peligro; además, le mete el diente a cualquier cosa»; como aquel que recomendaba aullar a solas porque «los escritores que necesitan juntarse recuerdan a esos lobos que solo son lobos cuando van en manada, pero a solas, no son más que otro perro del montón».
Hemingway se burlaba de su condado de Octanawhoopoo Anomatopeio
Al final, cuando todo estuviera consumado, su único deseo era el objetivo último de un epitafio donde se resumiera «la historia de mi vida como Escribió libros y murió». Y –mientras no agoniza, mientras sobrevive en la creencia de que, como le explicó el 10 de diciembre de 1950 a un efímero rey sueco, el hombre prevalecerá– recordarlo siempre, no olvidarlo jamás, escribirlo en el reverso de una postal y pegarle ese sello de veintidós centavos que lleva su rostro: «El pasado nunca muere. Ni siquiera ha pasado».
Y –como apuntó al final de su genealogía sobre los Compson–, todo viene de y va a dar a un verbo inglés que bien puede ser, también, en tiempos en los que cada vez cuesta más concentrarse en algo que supere los ciento cuarenta caracteres, una última pero definitiva instrucción para esos lectores fáciles a los que él siempre se les hizo difícil: endure. O sea: resistir, aguantar, soportar, durar, permanecer. Como Faulkner.
23 julio, 2012
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