14 marzo, 2010

ENTREVISTA/ MIGUEL DELIBES...


«Para cambiar el efecto invernadero lo primero es cambiar a Bush»
PEDRO CÁCERES

CHEMA CONESA

La naturaleza ha sido para Miguel Delibes algo más que un motivo literario: una pasión que le ha llevado a clamar durante décadas por su protección. Podría ser conocido como uno de los grandes defensores del medio ambiente español si no fuera porque su prestigio como novelista ha impuesto esta faceta sobre las demás. Pero ahí están títulos como 'El sentido del progreso desde mi obra' (1975), 'Un mundo que agoniza' (1979), 'La naturaleza amenazada' (1996) o 'La tierra herida' (2005) para mostrar su preocupación por el planeta. A sus 85 años, desde Valladolid, donde vive ajeno al ajetreo público, ha contestado amablemente al cuestionario de NATURA.
PREGUNTA.- Su discurso de entrada en la Academia en 1975 fue un alegato en defensa de la naturaleza. Usted abogaba por una forma diferente de entender el 'progreso'. ¿Hemos enderezado el camino o ese discurso sigue siendo ahora más necesario?

RESPUESTA.- La cosa del ambiente se mueve. Algo, como el ozono, se ha movido a favor. Otra, la inquietud social. Pero, en general, la naturaleza sigue tanto o más amenazada que en 1975. Mi opinión no es hoy más esperanzada que entonces.

P.- Los científicos creen que estamos en un periodo de intensa extinción de especies. Como conocedor de nuestros campos, ¿percibe algo de ello?

R.- Yo no soy ningún biólogo para pronunciarme aquí. Como cazador y hombre de campo sí puedo decirle que la perdiz, poco a poco, se va extinguiendo. (No hablo de las de fábrica que pueden no tener fin). Y las codornices y las tórtolas vienen a España en menor cantidad de la que venían. También puedo atestiguar que el ruiseñor, que amenizaba los campos de Castilla en primavera, no se manifiesta hoy en los lugares habituales. Y al cuco, aunque su reclamo no sea cautivador, le pasa lo mismo. Con esto no contesto a su pregunta pero sí se puede deducir una respuesta. Otra novedad de estos años: el cormorán se ha hecho ave de río. En ellos vive.
P.- ¿Qué le parece que el Gobierno de EEUU se niegue a sumarse al Protocolo de Kioto?

R.- Desde Kioto y la famosa Cumbre me he hartado de decir que Bush es un fantasma y un gigante (por su país) con pies de barro. Él cree que el día que algo falte o sobre en el mundo podrá resolver la escasez o el exceso con un gesto, sin necesidad de los 'enanos' que le rodeamos. Lo primero, pues, para cambiar el efecto invernadero es cambiar a Bush. Su mentalidad. Todos somos necesarios.

P.- La sequía vuelve a ser motivo de preocupación. ¿Hemos aprendido a lidiar con nuestro clima tan falto de lluvias?

R.- No sabemos manejar el agua. Las precipitaciones han mermado considerablemente. Ello no nos impide gastar como antes: más de lo posible si queremos conservarla.

P.- El pasado verano, los incendios han quemado decenas de miles de hectáreas. ¿Opina que la política forestal es la adecuada?

R.- La política forestal en lo referente a incendios hay que cambiarla o, mejor dicho, perfeccionarla. Me parece necesario y urgente. No aspiremos a erradicar los incendios forestales, sino a conducirlos y extinguirlos antes de que se coman el país.
P.- Entre tantas jornadas de caza, ¿hay algún momento que recuerde con especial emoción?

R.- Como meritorio la perdiz endiablada que abatí con una carabina de 9 mm. siendo un niño. Y como espectacular el doblete que conseguí una vez de liebre y perdiz en el coto social de Valencia de Don Juan. Esto no tiene nada de particular. A buen seguro todo cazador con años de práctica cuenta con aciertos semejantes.

P.- Ha practicado la caza menor y apenas ha prestado atención a la mayor. ¿A qué se debe?

R.- La caza mayor me pareció siempre la menor en categoría (por su bulto y pasividad) y no la cultivé nunca. Ortega predijo que la caza iría a menos a medida que el campo se domesticara. Y acertó en lo que se refiere a la menor y se equivocó en lo referente a la mayor, que se ha multiplicado (cosa inexplicable) y a la que no me dedico porque me parece más inhumana.
P.- ¿Cómo ve el mundo cinegético? ¿Ha cambiado mucho respecto al de sus inicios?

R.- Muchísimo, claro. Pero si en 1950 me hubieran dicho que en medio siglo nos quedaríamos sin conejos y sin perdices rojas y los corzos y venados vendrían a comer a nuestro jardín no lo hubiera creído. La cosa es tan gorda que no vale la pena que le demos más vueltas.
P.- Ha declarado que de las cosas que hizo en el pasado renunciaría a cazar. ¿Por qué?

R.- Ciertas cosas. Renunciaría a ciertos gestos en que he incurrido, en una palabra hubiera tratado de cazar lo más deportivamente posible, simplemente para justificar mi afición.
P.- ¿Ha sido la caza un impulso para tomar contacto con la naturaleza y el paisaje?

R.- Cuando se ama el campo se buscan las maneras de estar en él: cazando, pescando, construyéndose un tabuco, jugando al fútbol, paseando, haciendo senderismo, o andando en bicicleta. A la caza me llevó mi padre de la mano pero es casi seguro que de no haberlo hecho me hubiera ido al monte yo solo. Lo llevaba en la sangre.

P.- Últimamente, animales como el lobo han experimentado una gran expansión en la Península. ¿Qué opinión le merece?

R.- Positiva. Señal de civismo. Siempre que acertemos a controlar la población. Impidiéndole que nos invada.

P.- Usted ha advertido sobre el daño que produce a la vida silvestre el uso de químicos en la agricultura. ¿Le preocupa aún?

R.- Poco a poco estos errores se van rectificando. Hoy no constituyen peligros muchos de ellos. En esta actitud debemos confiar. Los riesgos de la contaminación suelen llegar por otros caminos.

P.- ¿Cree que las cuestiones ambientales se tratan bien en los medios de comunicación?

R.- Creo que sí, que los periodistas de hoy están atraídos por estos problemas. Siguen las vicisitudes biológicas con verdadero interés.

P.- ¿Es posible que la televisión haya reemplazado al contacto directo con la realidad, especialmente con la naturaleza?

R.- Es de las cosas positivas del invento. Hay programas de televisión que ayudan mucho a conocer el campo y sus pobladores. Bien dirigidos, algunos serían auténticas lecciones de geografía o ciencias naturales.

P.- Los últimos datos dicen que en Castilla y León habita el mismo número de personas que hace cuatro siglos. ¿Qué opina sobre el continuo éxodo rural?

R.- Más que éxodo es reticencia en la arribada. Vienen pocos. Antes de la romanización, en la romanización y después según los filósofos del tiempo, únicamente se aclimataban en las mesetas las tribus más duras, las más laboriosas, las más esforzadas. Si no me equivoco fue Estrabón quien dijo algo parecido. Castilla es difícil.

P.- Usted ha afirmado que el protagonista de su novela 'El' 'camino' se resiste a perder los lazos de comunidad de su pequeño lugar de origen y cambiarlos por la deshumanizada ciudad. ¿Cree que las urbes se alejan cada vez más de la escala humana?

R.- Las ciudades obedecen a otras leyes. Admiten más modernismo. El pueblo necesita simplemente mayor confort: caminos, agua, buena tierra, posibilidades deportivas... Pueden prescindir de momento de la estética porque belleza hay ya en su primitivismo. La ciudad puede dejar volar la imaginación.

P.- En 'La tierra herida,' el libro que publicó en 2005 con su hijo Miguel, se pregunta qué mundo heredarán nuestros hijos. ¿Hay esperanza de llegar a un futuro de armonía con el planeta?
R.- Si creyéramos que no había esperanza, yo habría cerrado la tienda y me limitaría a esperar el milagro.

P.- ¿Qué títulos de su obra le han dado más satisfacción?
R.- 'Viejas historias de Castilla la Vieja', 'El' 'hereje', 'Los' 'Santos' 'Inocentes', 'El' 'camino'. Satisfacciones, sin gustarme, también me dio 'La sombra del ciprés'.
P.- Según usted, los tres ingredientes esenciales de una novela son «un hombre, un paisaje, una pasión». ¿Qué persona, qué paisaje y qué pasión han marcado la novela de su vida?
R.- En lo que es mi vida personal mi mujer, Castilla y la caza.

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