22 julio, 2010

HERENCIAS "KAFKIANAS"....


El poeta Rafael Alberti, en 1996.- Gorka Lejarcegi

La disputa por el legado literario de Kafka se suma a los pleitos protagonizados por los herederos de las obras de otros autores

DANIEL CASTRESANA - Madrid - 21/07/2010
Alberti, Paz, Aleixandre, Cela, Hernández, Borges. Son nombres que remiten a hombres que crearon versos e historias inmortales, textos inolvidables que contribuyeron a cimentar el gran edificio de la literatura universal. Pero no es lo único que tienen en común. También son nombres, como los de muchos otros, que están asociados a una disputa por la gestión de un legado literario. El de Franz Kafka, cuya obra ha permanecido resguardada desde 1956 hasta ahora en un banco suizo, es solo el último caso.

Las herencias literarias tienen una faceta económica y otra artística, ya que toda obra tiene unos derechos morales, que son irrenunciables, y unos derechos de explotación, que se pueden ceder. "Respecto de los derechos económicos, la cosa está clara. Se trata de la persona o la institución sobre la que revierte el producto de las ventas de esa obra. Pero no tiene por qué corresponderle necesariamente la organización de qué y cómo se difunde", explica Ángel Luis Prieto, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante. En el mismo sentido se expresa Luis Muñoz, poeta y asesor de la Residencia de Estudiantes: "La gestión de la obra debe estar en manos de especialistas que velen por ella y sepan cuidarla y editarla adecuadamente, en consonancia con los deseos del autor".

De esta manera, han sido mucho los casos recientes en los que la actitud de un heredero ha afectado a la difusión de la obra de un autor o ha despertado disputas por los réditos de la misma. El Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, por ejemplo, creó una fundación con su nombre poco antes de morir, en 1998. Lo hizo con un doble objetivo; que su legado se quedara en su país y garantizar la subsistencia de su mujer, Marie Jose Paz. Con ese fin nombró director del organismo al historiador Guillermo Sheridan, pero este acabó dimitiendo en 2001, por su mala relación con la viuda. Esta se negó a vender el archivo del poeta a la fundación e incluso llegó a reclamar el cobro de derechos por los textos que aparecían en el sitio de la misma en Internet.

Según Prieto, a los lectores no les afecta a quién corresponda el cobro de los derechos económicos, "salvo cuando los propietarios de esos derechos mediatizan, interrumpen o impiden la correcta difusión de la obra". El catedrático no menciona ningún caso en concreto, pero no es difícil encontrar acusaciones de ese tipo con respecto a la gestión de muchos legados. La hija de Rafael Alberti y María Teresa León, Aitana, denunció en 2008 que la gestión de la viuda del poeta, María Asunción Mateo, estaba poniendo en peligro la pervivencia de la memoria literaria de su padre. Entre otras cosas, Aitana se quejó de que El Alba del Alhelí, la sociedad mercantil con la que la última mujer del poeta controla su legado, solicitaba cantidades de dinero demasiado elevadas por la utilización de sus textos.

Más polémica
Otros casos en los que la polémica se centra en el aspecto económico de la herencia son los de dos ganadores del Nobel; Camilo José Cela y Vicente Aleixandre. Este último legó su archivo, valorado en cinco millones de euros, al también poeta y amigo suyo Carlos Bousoño. En 2007, éste inició las negociaciones para vendérselo a la Junta de Andalucía y la Diputación de Málaga. Amaya Aleixandre, sobrina y heredera del escritor, intervino en la operación, consiguiendo que en ese momento fuera paralizada por orden judicial. En 2009, un juzgado reconoció los derechos de Bousoño y su mujer sobre la obra. En cuanto al autor gallego, que se lo había dejado prácticamente todo a Marina Castaño, su viuda y presidenta de su fundación, un juzgado madrileño reconoció el pasado mes de enero el derecho de su hijo, Camilo José Cela Conde, a cobrar más de cinco millones de euros en concepto de herencia. En este caso también interviene la vertiente artística de la polémica, ya que la Xunta de Galicia y la Universidad de Santiago han criticado la gestión que su fundación realiza de su obra.

Pero, ¿en qué consiste la buena gestión de un legado literario? Para Muñoz, no se trata de algo mecánico, "de gestión de solicitudes, sino de responder a una visión más articulada y más compleja. En España hay algunos casos ejemplares de buena gestión, como el de la obra de Federico García Lorca a cargo de su fundación". Según Prieto, "no es algo automático ni que funcione de una manera ciega". "Interviene la determinación de quién va a editar esas obras y con qué criterios. No se trata solo de ponerlas en el mercado, sino de hacerlo de una manera digna. A veces se tienen que interpretar decisiones que el autor no tomó explícitamente", explica el catedrático.

María Kodama, viuda del argentino Jorge Luis Borges, puso numerosas trabas a la reedición de sus obras completas en francés porque no estaba de acuerdo con los comentarios y la edición de textos de Jean-Pierre Bernés. La editorial Gallimard había publicado a través del prestigioso sello La Pléiade la edición de este profesor de la Universidad de la Sorbona, que para su preparación mantuvo numerosos encuentros con Borges. Aquellos diálogos quedaron grabados en 122 cintas de 90 minutos cada una, cuya propiedad también reclamó infructuosamente Kodama. En los casi 25 años que han transcurrido desde la muerte del argentino, su viuda ha mantenido varios litigios más relacionados con su legado.

Ni siquiera Miguel Hernández, en el año de su centenario, se ha podido librar de esta clase de disputas. En 1982, su viuda, Josefina Manresa, cedió su obra al Ayuntamiento de Elche, a cambio de una cantidad mensual de dinero. Ahora, el Consistorio quiere comprar un legado que también ha sido ofrecido al Ayuntamiento de su localidad natal, Orihuela. La situación ha provocado que se dispare el precio de sus manuscritos, lo que también afecta a la difusión de la obra, tasada por la Biblioteca Nacional en 2,1 millones de euros. Los problemas no acaban ahí. La familia del poeta tampoco deja utilizar su nombre en las celebraciones del centenario y algunos expertos se han replanteando sus trabajos conmemorativos, dadas las cantidades exigidas por los derechos. "Lo mejor sería que los legados estuvieran en manos privadas que atendieran a criterios públicos, lo que puede parecer una paradoja. Pero como no está claro que eso sea así y algunas veces los propietarios han procedido contra los intereses del autor, lo público es una garantía mucho mayor", asegura Prieto.

"La mala gestión de un legado puede ser muy perjudicial, aunque a los grandes autores no los tumba ni la peor de las gestiones", afirma Muñoz. Es la historia de Kafka, cuyos escritos habrían ardido de cumplir sus deseos Max Brod, el amigo íntimo al que encargó destruir todo su legado artístico. No fue el primero. Mucho antes, Virgilio quiso quemar una Eneida que consideraba incompleta en el momento de su muerte. Son solo dos ejemplos extremos de cómo la gestión de los herederos de un legado puede resultar vital para su difusión. Para Muñoz, todo lo que está ocurriendo ahora con el legado del escritor checo es "absurdo, angustioso, laberíntico". Al menos, responde al espíritu de las historias que Kafka narró.

Derechos morales y patrimoniales
Las obras literarias generan a favor de sus autores derechos morales y de explotación. Los primeros, a los que ningún autor puede renunciar, son los que le permiten decidir qué se hace con los textos, si pueden difundirse o no, y cómo se difunden en caso de hacerlo, entre otras facultades. Los derechos de explotación determinan, entre otras cosas, quién puede reproducir o distribuir las obras. Estos derechos sí son cedibles a terceros por parte del autor. Tanto los morales como los de explotación son heredables.

Todas estas cuestiones están reguladas por la Ley de la Propiedad Intelectual, cuyo artículo 1 establece que esta "corresponde al autor de una obra literaria, artística o científica por el solo hecho de su creación". El artículo 2, a su vez, determina que "la propiedad intelectual está integrada por derechos de carácter personal y patrimonial". Entre los derechos personales o morales, que el artículo 14 de la Ley define como "irrenunciables e inalienables" se encuentra la decisión de si una obra se divulga y en qué forma y la exigencia del respeto a la integridad de la misma. Estos derechos son heredables por las personas físicas o jurídicas que el autor designe y no se extinguen nunca.
Según el artículo 17 de la Ley, corresponde al autor el ejercicio "de los derechos de explotación de su obra en cualquier forma y, en especial, los derechos de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación". Estos derechos económicos duran toda la vida del autor y 70 años después de su muerte. El artículo 43 de la Ley autoriza y regula la transmisión de los mismos a otras personas: "los derechos de explotación de la obra pueden transmitirse [...] quedando limitada la cesión al derecho o derechos cedidos, a las modalidades de explotación expresamente previstas y al tiempo y ámbito territorial que se determinen".

17 julio, 2010

QUE ESTÁ NOMBRANDO EL VACIO?....

FILOSOFIA DE LA CIENCIA

Por Denisse Sciamarella y Matías Alinovi

A quien persevera en la genealogía de un concepto le son deparadas módicas alegrías: una fuente inesperada, un uso insospechado del concepto. Así, Leopoldo Lugones escribió sobre la idea de la relatividad, y Wilhelm Ostwald propuso reducir todas las ciencias –y las artes– a la energética. Si consideramos que esos desplazamientos son cada vez más infrecuentes, se configura un ideal: encontrar inesperadas fuentes contemporáneas que hayan hecho un uso también inesperado del concepto. Si la otra ambición del genealogista es la invisibilidad, lo mejor será, entonces, que esas fuentes insospechadas dialoguen entre sí, que formen contrapuntos naturales. Ejemplo magnífico de todo lo anterior es la discusión sobre el vacío que mantienen dos grandes filósofos de nuestro tiempo: el francés Alain Badiou y el argentino Ernesto Laclau.
LOS CONTRINCANTES
Alain Badiou sostiene una tesis original y quizá problemática: sólo la matemática es capaz de desplegar la ontología, de sostener un discurso sobre cómo es lo que es. En otros términos, que el ser se da matemáticamente. Y, con alguna enjundia, que la ontología es idéntica a la matemática –en particular, a la teoría de conjuntos–, mientras que la fenomenología –el modo en que las cosas se dan a nuestra conciencia– es indistinguible de la lógica.
Ernesto Laclau es un teórico de la filosofía política. Además de su crítica del marxismo, recordaremos su imprescindible trabajo de valoración teórica del populismo. Para Laclau, el concepto que articula las relaciones sociales es el de antagonismo.

EL VACIO ORIGINARIO
A Badiou le debemos una precisión lúcida de la historia de la ciencia. Todos sabemos que, bajo la influencia normativa de Aristóteles, durante la Edad Media se creyó que el vacío no existía, que la naturaleza lo aborrecía y aplicadamente lo aniquilaba. La convicción prosperó hasta que Evangelista Torricelli, en el siglo XVII, llenó un tubo con mercurio, lo invirtió y sumergió la parte abierta en un recipiente con más mercurio. El nivel del mercurio en el tubo descendió algunos centímetros, lo que dio lugar, en el extremo cerrado, a un espacio sin mercurio, que no podía estar sino vacío.

Desde entonces, pensar en Torricelli es asombrarse, otra vez, del poder de la experimentación que en el gesto de invertir un tubo zanja una discusión de siglos. Y sin embargo, Badiou, con su precisión, viene a enfriar ese entusiasmo automático mediante una pregunta desconcertante: ¿existe un referente común a lo que Torricelli y Aristóteles llaman vacío?
Los tubos de mercurio de Torricelli materializan un concepto de vacío. ¿Qué tipo de concepto? Uno caracterizado por la medida. Un concepto sujeto al veredicto de la experimentación y el cálculo. Ese concepto de vacío es hijo de la modernidad, una modernidad cuyo leitmotiv, en palabras de Galileo, es que la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos. Para los griegos, en cambio, el vacío es una categoría ontológica, una parte o un modo de darse de lo que es, una figura del ser. El vacío de Aristóteles no es, entonces, algo que pueda producirse artificialmente. O mejor, su producción artificial, a través de un montaje técnico, como el de Torricelli, no responde la pregunta acerca de si la naturaleza admite o prodiga naturalmente “un lugar en el que nada es” sino que responde a otra pregunta. ¿A cuál? A la que se hacían los físicos en el siglo XVIII, que, por otra parte, tampoco coincide con la pregunta por el vacío que se hacen los físicos de la actualidad. Pero los físicos no son los únicos que se hacen preguntas.

VACIO Y NADA
El salto cualitativo entre el vacío de Aristóteles y el vacío de Torricelli ilustra el hiato que separa los conceptos de las ciencias naturales de los de otras tradiciones de pensamiento, como la filosofía. También ilustra el hecho de que el vacío es un concepto del que se han servido tanto científicos como filósofos. Es mezquino –y baladí– imaginar una soberanía conceptual que estableciera que el vacío pertenece, por derecho histórico, primero a los filósofos y después –¡y para siempre!– a los físicos. También sería incorrecto presentar un relato en el que el vacío pasara de unas manos a otras como un objeto material.
El concepto de vacío nace como categoría filosófica junto con la nada. En el caos primordial del pensamiento, el vacío y la nada prosperan juntos. Pero en la misma gramática del pensamiento hay un problema con la nada que no existe con el vacío. Si el vacío es ausencia de materia, entonces se deja pensar más fácilmente que la nada. A tal punto que se puede medir. Justamente en ese punto, el de la medición, el vacío es recogido por la ciencia, y la nada por la especulación filosófica. Pero la experimentación no se apropia del vacío arrancándoselo a la filosofía como objeto de reflexión. Y la prueba está en el argumento de Badiou, que sostiene que Torricelli no responde a la pregunta de Aristóteles porque se trata de preguntas distintas.

EL CONCEPTO DE VACIO EN BADIOU
Alain Badiou postula que la ontología, o la ciencia del Ser-en-tanto-ser, como lo planteaban los griegos, existe como disciplina exacta y separada, y que el nombre propio del Ser no es otro que el del vacío. Badiou dice que prefiere usar el término “vacío” antes que el término “nada”, porque el término “nada” funciona como el no-del-todo, y lo que él quiere expresar es más bien el no-uno, la imposibilidad de contar, o lo que está antes de empezar a contar. Dice también Badiou que la ontología “debe ser sólo teoría del vacío”.
¿Qué quiere decir todo esto? Badiou apuesta a que la ontología –ya no la naturaleza– está escrita en caracteres matemáticos y que, si esta premisa es aceptada, entonces el vacío es la clave fundamental, el punto de partida, la “causa errante” del Timeo de Platón. “Aristóteles afirma con razón, en la Física, que el vacío no es”, dirá Badiou, si se entiende por ser, ser una sustancia. El vacío de Badiou es insustancial. Intentemos desplegar el concepto.

Badiou cifra en su concepto de vacío la posibilidad de deshacerse de antiguas paradojas que surgen de la oposición uno/múltiple, tan antiguas como las del Parménides de Platón: si lo múltiple Es, lo uno que forma parte de lo múltiple también Es. Ahora bien, si lo uno Es, aquello-que-no–es-uno, o sea lo múltiple, No Es. La solución que propone Badiou se inspira en una maniobra de los matemáticos que desarrollaron la teoría de conjuntos cuando se enfrentaron con la paradoja de Russell. Russell considera la propiedad: A es un conjunto que no es elemento de sí mismo, y luego pregunta por la naturaleza del conjunto de todos los conjuntos que son como A, es decir, el conjunto de todos los conjuntos que no son elementos de sí mismos. ¿Qué tipo de conjunto es este conjunto? Un conjunto tal que si se contiene a sí mismo como elemento, entonces tiene la propiedad que lo define a sí mismo como elemento, o sea, no se contiene a sí mismo como elemento.
Considerar el conjunto propuesto por Russell –el catálogo de todos los catálogos– volvía incoherente el lenguaje de la teoría de conjuntos. Para sortear la dificultad, los matemáticos decidieron modificar los axiomas sobre los que descansaba la teoría. La solución estaba en no distinguir entre objetos y grupos-de-objetos, entre elementos y conjuntos. En otras palabras, la teoría no admitiría varios niveles de variables sino una única lista de variables, todas del mismo nivel. Pero, ¿qué implica esta decisión? Que todo es múltiple, que todo es conjunto.
Badiou se inspira en esta solución planteada por la teoría de conjuntos a la paradoja de Russell para dar una solución a las antiguas paradojas de la filosofía que se ahogan en la dialéctica uno/múltiple. Hace entonces una apuesta y concluye, no ya en el terreno de la matemática sino en el de la ontología, que sólo hay múltiples. Que todo múltiple –que Es– está compuesto de múltiples y no de unos. “Esta –dirá Badiou– es la ley ontológica primera.”
Pero si sólo hay múltiples, ¿por dónde comenzar? ¿Hay algún múltiple más originario que los otros? Badiou lo plantea así: “¿Cuál es la ‘primera cuenta’, si no puede haber un primer Uno?”. La respuesta es que la primera cuenta es la cuenta del vacío, que el primer múltiple es el múltiple-de–nada, que no es múltiple-de-algo porque, si lo fuera, estaría en posición de Uno. De aquí concluye Badiou que el tema absolutamente primero de la ontología es el vacío, “como ya lo habían visto claramente los atomistas griegos, Demócrito y sus sucesores”. Sin embargo, el vacío de Badiou no es el vacío de los atomistas. Para Badiou, los átomos no son un segundo principio del Ser, lo uno después del vacío, sino composiciones del vacío mismo, regladas por la ontología que, como la matemática, dispone leyes ideales para lo múltiple. La ontología “sólo puede considerar como existente el vacío”.

LACLAU CONTRA EL VACIO DE BADIOU
Ernesto Laclau cuestiona que la teoría de conjuntos pueda jugar el rol de ontología fundamental que Badiou le atribuye. Más aún, piensa que la teoría de conjuntos es sólo una de las formas de constituir entidades dentro del campo más amplio de la ontología. Presentar el contrapunto entre estos dos filósofos sobre el vacío como categoría ontológica permite pasar a cuestiones inesperadamente más urgentes.
Laclau explica que el vacío en Badiou es siempre el vacío de una situación, que nombra precisamente aquello que una situación no permite concebir. Dentro del sistema de Badiou, dice Laclau, el vacío no puede recibir ningún contenido, en la medida en que es por definición que se encuentra vacío. “Supongamos –pide Laclau– que una sociedad experimenta una crisis en la que aparecen reclamos no contemplados por la situación, como los indocumentados de la Francia de hoy. En tanto no están contemplados por la situación, esos reclamos son nombres que permanecen vacíos. ¿Por qué? Porque lo que designan esos nombres no corresponde a nada que sea representable dentro de la situación.”

Lo designado por esos nombres es, de acuerdo con la terminología de Laclau, un significante vacío, un significante sin significado, en torno del cual, no obstante, se cifra una esperanza superadora, una reconstrucción de la situación que permite llenar el vacío del significante. Dice Laclau: “No es necesario decir que la misma idea de este llenar es para Badiou un anatema”, porque el vacío de Badiou está pensado como el conjunto vacío de la teoría de conjuntos, y en consecuencia carece de referencia. Pero la categoría de vacío, dirá Laclau, sólo es realmente vacía en la matemática. Cuando se la traslada al análisis social adquiere ciertos contenidos que están lejos de estar vacíos: el vacío de Badiou aplicado a la situación humana ya tiene un cierto contenido, el de lo universal.
En conclusión, Badiou habría realizado un ejercicio metafórico por el cual el vacío es identificado con lo universal en virtud de una referencia ilegítima a la teoría de conjuntos. “Es cierto –explica Laclau, pensando en la frase de Marx–. El proletariado sólo tiene sus cadenas... que la interrupción radical de una situación interpela a los hombres más allá de cualquier particularismo y diferencia. De este modo, los indocumentados pueden llegar a articular una posición que sostiene una verdad universal –-por ejemplo, ‘todo el que vive aquí, es de aquí’–, pero no está escrito que esto vaya a suceder: no hay una categoría como el vacío puro de Badiou que lleve inscripta en sí, a priori, la garantía de universalidad.”
En la perspectiva de Laclau, el vacío no es lo universal, en el sentido estricto del término, sino aquello que es incalculable, impredecible dentro de una situación dada. Y lo que hay es una lucha entre diferentes modos de nombrar lo incalculable, una lucha entre “muchos vacíos”, más o menos aptos para articular una situación. Es claro que la reflexión de Laclau no se articula sobre la dualidad uno/múltiple sino sobre el par particular/universal. Para Laclau no existe una universalidad no contaminada, hay un juego indecidible entre universal y particular, que el puro vacío de Badiou no permite contemplar. En este sentido, Laclau afirma –como otrora lo hizo Aristóteles– que el vacío no existe.

Si adoptamos aquí la distinción sartreana entre concepto y noción, entre idea-cristalizada e idea-en-desarrollo, podemos concluir que el vacío es menos un concepto que una noción o, si se quiere, es una noción que deviene concepto para cada una de las teorías en las que se inscribe. Filósofos y científicos siguen invocando el término, incluyéndolo en sus teorías o montando experimentos que lo ponen en cuestión, para llenar de flamantes definiciones un nombre pródigo.