05 abril, 2015

GABRIELA MISTRAL: EL IMPOSIBLE OLVIDO...

Inés martín rodrigo / madrid
Día 05/04/2015 - 16.50h
 
Ediciones Universidad Diego Portales recupera «Desolación», su primer poemario
Hazte olvidar, hazte olvidar… Harás como la rama que no conserva la huella de los frutos que ha dejado caer. Hasta los hombres más prácticos, los que se dicen menos interesados en los sueños, saben el valor infinito de un sueño, y recelan de engrandecer al que lo soñó». Estos versos se deslizan por el poema «A un sembrador», perteneciente a «Desolación», el primer poemario de Gabriela Mistral (1889-1957). La editorial Universidad Diego Portales (UDP), con el acertado timón literario de Matías Rivas, acaba de recuperar esta obra en una hermosa edición prologada por la escritora y periodista argentina Leila Guerriero. Prueba, una vez más, de que la poesía de Gabriela Mistral es eterna, por mucho que hubiera quien, en su momento, la quisiera hacer olvidar.
 
Amada y odiada en Chile como sólo las pasiones latinas saben provocar, Mistral no pudo ver publicado su primer poemario en su país natal. Fue lejos de allí, en territorio yanqui, donde se estremecieron, por primera vez, con su palabra hecha verso. Como cuenta Leila Guerriero en el prólogo, en 1922, el español Federico de Onís (1885-1966), profesor de la Universidad de Columbia (Nueva York), eligió la poesía de Gabriela Mistral como tema central de una conferencia en el Instituto de las Españas, institución clave para el intercambio intelectual entre España y Estados Unidos. Tras la conferencia, los asistentes quedaron «encantados» con los poemas e intentaron conseguir los libros de su autora. Pero lo cierto es que Gabriela Mistral, que contaba entonces con 33 años, aún no había publicado ni una sola obra, más allá de colaboraciones desperdigadas en periódicos y revistas. Dicho y hecho: la mencionada institución se encargó de publicar el primer poemario de la chilena, que vio la luz bajo el nombre de «Desolación» (un año después apareció en Chile, donde recibió críticas dispares).
 
La presente edición de UDP se compone de ocho partes («Vida», «La Escuela», «Infantiles», «Dolor», «Naturaleza», «Canciones de cuna», «Prosa» y «Prosa Escolar») y se cierra con una confesión estremecedora, titulada «Voto»: «Dios me perdone este libro amargo y los hombres que sienten la vida como dulzura me lo perdonen también. En estos cien poemas queda sangrando un pasado doloroso, en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme». Y es que, como explica Guerriero en conversación vía e-mail con ABC, «“Desolación” es un libro clave en su obra, porque allí se despliega todo su universo poético, rico y diverso –desde la paleta de emociones que refleja hasta las diversas formas que adquieren sus poemas–, y porque también la hace aparecer ante el mundo como una poeta cabal, hecha, terminada». Con la prudencia que la caracteriza, la escritora argentina asegura que en el poemario de Mistral «se ve, muy claramente, que tenía un oído de puma para la música, la rima, la métrica. Esas cosas son de una precisión matemática, quirúrgica. Nada se siente forzado, todo fluye». En sus páginas están, de hecho, todos los temas que atraviesan la obra de la premio Nobel de Literatura: «Dios, la madre, la naturaleza, el dolor, la angustia, el desgarro, la maternidad».
 
Gabriela (¿por D’Annunzio?) Mistral (¿por el viento? ¿por el poeta Frédéric?), nacida Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, «colaboró a construir su propia leyenda futura de mujer sufrida, víctima eterna y padeciente». Sus poemas son el reflejo de una mujer «sumamente compleja», «repleta de contradicciones» e «increíblemente adelantada para su época desde el punto de vista político y social». Una figura, según Guerriero, «muy alejada» del «tótem asexuado, pura bondad, pura entrega, pura generosidad, que se ha construido en torno a ella».
Pero, más allá de su «gran obra poética», y aprovechando la recuperación de «Desolación», Leila Guerriero quiere reivindicar la «inmensa obra de pensamiento» de Gabriela Mistral: «Las ideas que tenía acerca de la educación eran realmente revolucionarias. No había en ella nada naif ni cándido. Era una mujer atravesada por una sensibilidad tremenda, con una obra poética por momentos muy oscura, y con un pensamiento libertario e insolente».