01 diciembre, 2013

CUANDO SARTRE Y CAMUS ESTUVIERON EN LA MIRA EL FBI

   

Desde 1945, J. Edgar Hoover destinó hombres y recursos a dilucidar si los intelectuales eran una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Luego de 30 años, aún no lo tenía claro.

por Rodrigo González M. - 30/11/2013 - 09:00 
  


 
 
 




 















 
En marzo de 1946, en el exclusivo barrio de Upper West Side de Manhattan, el escritor, futuro Premio Nobel y ex miembro de la Resistencia francesa, Albert Camus, ofreció una lectura en la Maison Française, selecto centro de estudios galos de la Universidad de Columbia. Un año antes, su amigo y correligionario ideológico Jean-Paul Sartre había hecho lo mismo y entre los asistentes hubo estudiantes, profesores e intelectuales. Ahora, la lista era más o menos similar, excepto por J. Edgar Hoover, el jefe del FBI.
 
¿Qué hacía la cabeza del mayor organismo de inteligencia nacional en una reunión de filósofos? ¿Era acaso Camus una eventual amenaza a los intereses de Estados Unidos? ¿Tenía el existencialismo de Sartre y su amigo algún componente de comunismo? ¿Eran la filosofía y las divagaciones una conspiración contra la sana mentalidad utilitaria de los americanos? Para J. Edgar Hoover, un abogado presbiteriano amigo de la acción y enemigo de las segundas lecturas, darle demasiadas interpretaciones al mundo sí era una eventual sombra sobre la seguridad nacional. Sobre todo, si una segunda lectura de los filósofos galos proponía que Estados Unidos tal vez no era el aliado de la paz y que la Unión Soviética no necesariamente era la perdición de Occidente.
 
Hoover, que tenía pocos hobbies además del exceso de trabajo, no sabía nada de filosofía y llamaba “Canus” a Camus. Eso duró hasta que un subalterno tuvo el arrojo de corregirlo y decirle que el apellido era en realidad con m. El autor de La peste había sido miembro de la Resistencia francesa y para el creador del FBI, aquello era prueba suficiente de sospecha: junto a valiosos patriotas, la Resistencia era un nido de comunistas. Por lo menos para Hoover.
 
“Camus había sido miembro del PC, pero al parecer, al FBI eso no le importaba. Lo que los perturbaba es que había estado en la Resistencia”, explica Andy Martin, profesor e investigador de la Universidad de Cambridge, en un reciente artículo publicado en la revista británica Prospect. Martin postula que las averiguaciones sobre Sartre y Camus significaron durante mucho tiempo un ítem financiero no despreciable para la policía de investigaciones más importante del mundo. En general, Hoover desconfiaba de todos los intelectuales, pero en particular de los filósofos. Y según Martin, creía que el “existencialismo y su variante del absurdismo eran sólo formas disfrazadas de comunismo”.
 
“Policía filósofo”. La expresión es del escritor británico Gilbert Keith Chesterton en su novela El hombre que fue jueves. Especificaba: “Es un oficio más sutil y atrevido que el de un policía vulgar”. Esta definición de aptitudes laborales bien podría haber servido para llenar el formulario de petición de empleos en el FBI inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Lo que se buscaba era un tipo de espía culto, letrado, en lo posible, capaz de leer en el idioma original del volumen sospechoso. La CIA y el MI6, cuyas cúpulas eran algunas de las mentes más brillantes de las universidades americanas y británicas, respectivamente, los tenían en abundancia. El FBI, en cambio, era un organismo de eficientes agentes que no necesariamente habían estudiado filosofía. Por el contrario, en su gran mayoría no sabían nada de Sartre, Camus o Heidegger. Quizás tampoco de Mark Twain o algún otro padre fundador de la literatura americana.
 
Después de que en 1945 Sartre llegara a Estados Unidos, invitado por la Oficina de Información de Guerra (O.W.I.) y como corresponsal del diario de la Resistencia Combat, J. Edgar Hoover elevó sus niveles de paranoia y suspicacia a grados inhabituales. “El objetivo de la Oficina de Información de Guerra era que estos personajes hicieran buena propaganda. Sin embargo, para Hoover todo eso eran pamplinas: no entendía qué tipo de ‘buena propaganda’ podía hacer alguien que había escrito La náusea y El ser y la nada”, comenta Martin.
 
La orden fue que los agentes lograran poner sus manos en alguna evidencia que condenara a Sartre. “Nunca lo hicieron, nunca pudieron. Todo el tema en realidad los desconcertaba”, añade Martin. En algún momento, uno de los hombres G (así se conocía a los funcionarios del FBI en los 40 y 50) logra dar con algunos efectos personales del filósofo. Son diarios y agendas, todo en francés. El investigador se queja de que no entiende nada y el FBI empieza a contratar traductores. En ese momento comienza la verdadera investigación.
 
Una de las pistas de Hoover también era el testimonio de la autora francesa radicada en Estados Unidos Geneviève Tabouis, quien denunció repetidas veces a Sartre y Camus como miembros del comunismo internacional. Recíprocamente, Sartre la denunció como espía del Departamento de Estado estadounidense.
 
A la larga, en cualquier caso, Camus resultaría un hueso mucho más difícil de roer que Sartre. El autor de El ser y la nada siguió simpatizando con la izquierda hasta el fin de sus días: apoyó a Fidel Castro, alabó al Che Guevara, se hizo amigo de la causa de Vietnam. Camus, por el contrario, se decepcionó temprano del comunismo, criticó a Stalin y nunca apoyó la independencia de Argelia. Su “derechización” era sospechosa para el paranoico Hoover. ¿Acaso no ocultaba este sorpresivo giro una maniobra encubierta de lavado de imagen?
 
De cualquier forma, nunca pudieron saberlo, pues Camus murió en un accidente automovilístico, en 1960. En el expediente del FBI sobre el autor de El extranjero, el agente James M. Underhill escribió sintomáticamente: “Este archivo (Camus) no se muestra con total disposición”.
El caso de Sartre fue más tragicómico. Veinte años después de iniciadas las investigaciones y ya muerto Camus, un agente anotó en el archivo de Sartre: “Aún no puedo dilucidar si es un comunista o un anticomunista”.