Recuerdo. El Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, responde preguntas de un equipo de periodistas y escritores durante su participación en el Desayuno de LISTÍN DIARIO, el 20 de febrero de 2001.
VISITA HISTÓRICA
EL ESCRITOR FALLECIÓ EL PASADO VIERNES 18 DEJANDO UN IMPORTANTE LEGADO A LAS LETRAS MUNDIALES Recuerdo. El Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, responde preguntas de un equipo de periodistas y escritores durante su participación en el Desayuno de LISTÍN DIARIO, el 20 de febrero de 2001.
Luis Beiro
Santo Domingo
Visitó el Listín Diario durante su estancia de dos días en la República Dominicana. Vino como parte de una gira promocional patrocinada por Alfaguara, su casa editora, para presentar su más reciente novela “La caverna”. Saramago llegó al Listín Diario a las nueve en punto de la mañana del martes 20 de febrero de 2001 acompañado por las representantes de Alfaguara en México y República Dominicana, Laura Lara y Ruth Herrera, respectivamente.
Se veía inmenso Saramago, a pesar de su espléndida humildad como ser humano. Con reputada educación saludó a quienes se hallaban a su paso, desde guardianes hasta periodistas, y en breves instantes, llegó al salón Carlos Alberto Ricart, donde lo aguardaba la mayoría de los invitados al desayuno. Sus pequeños ojos negros recorrían el lugar como tratando de descubrir su historia. Le habían dicho que éste era el mayor y más importante periódico de la República Dominicana y él -periodista en su juventud-, pretendía desentrañarnos. Quería saber del nombre y otras cosas y su deseo fue cumplido.
La primera pregunta después de las presentaciones de rigor, fue suya, y Miguel Franjul fue su interlocutor. Después, fue interrogado por más de una hora por un grupo de escritores y periodistas que dejaron de lado sus individualidades para sacar de su alma el misterio pretendido. Sin dejar de mirarlo, sacaban sus respuestas Fabio Cabral, Enrique Mota, Vivian Jiménez, José Rafael Lantigua, Zaida Corniel, Aralís Rodríguez, Chiqui Vicioso y quien esto escribe, junto a los ya mencionados. Saramago es un acontecimiento donde quiera que pasa, porque es un hombre con una rectilínea actitud vital que lo convierte en uno de los humanistas más notables del mundo de hoy con independencia en sus ideas políticas. Saramago es respetado en todos los círculos tanto por su ortodoxia marxista como por su conducta de intelectual, comprometido con las grandes mayorías.
El escritor portugués no ha vacilado, incluso, en sancionar al poder -rojo, claro- cuando desviaba el curso de su labor mesiánica y otros de manera oportunista le daban la vuelta al mundo envueltos en cantos de sirena.
Saramago hoy es la certeza, una esperanza en favor del pensamiento y la reflexión; es un homenaje al poder de la palabra y a la capacidad del hombre de salir adelante, tal y como es aún en las peores circunstancias. Complejo, profundo, analítico, solidario, afable, polémico, pero sobre todo honesto consigo mismo, Saramago no ha dejado de ser Saramago en medio de la más intensa crisis existencial que ha sufrido la humanidad después de la caída del muro de Berlín. No se ha dado por vencido y, hoy por hoy, es uno de los más respetuosos, respetables y prestigiosos intelectuales que conoce la especie humana.
Dice las verdades frente a frente. Y lo que es mejor: mira a los ojos de su interlocutor cuando habla. Sobre todo, cuando polemiza, algo poco común en quienes no aman a los fantasmas. Durante casi dos horas, Saramago habló de su vida, de su oficio y de los cambios -humanos y técnicos- en el mundo de hoy. El tiempo fue avanzando casi sin darnos cuenta, y al final del desayuno, todavía quedamos prendidos de la magia de su palabra.
Antes de partir, no pudo resistir la tentación del tributo a las viejas máquinas con que se imprimía el Listín a finales del siglo XIX. El propio director del periódico lo puso al corriente de otros detalles técnicos de la época que para él resultaban muy familiares. En la imprenta donde trabajaba había maquinarias parecidas a éstas.
Salió Saramago del Listín y el mundo volvió a su vorágine infinita, sólo que a quienes nos reunimos con él, no pudo devorarnos. Aquí transcribimos parte de la conversación, gracias a su entendible y educada pronunciación del idioma español. Con José Saramago, siempre estaremos en deuda.
Las preguntas
“El computador le cambia el estilo a quien no lo tiene”
Miguel Franjul: ¿Cómo ve usted el periodismo de hoy a la luz de los nuevos avances tecnológicos donde, a veces, esas máquinas intentan sustituir la mente del hombre?
José Saramago: Yo diferencio del periodismo la calidad humana y la calidad tecnológica. El periodista tiene su responsabilidad con el tiempo que le ha tocado vivir y la sociedad donde vive. A mí me importa más el ser humano que la tecnología.
En el mundo de hoy la categoría de periódico está desapareciendo para dar lugar a otra que se denomina empresas propietarias de los medios de comunicación. No lo digo por bien o por mal, sino porque las cosas han cambiado tanto que el criterio de periódico como tal ha ido evolucionando desde el punto de vista comercial.
En Europa, por ejemplo, los periódicos han dejado a un lado la importancia de la calidad humana para deslumbrar con la tecnología, y lo que se publica en esos periódicos está en función de esa calidad tecnológica. La veracidad de la información, la reflexión del periodista es lo que menos importa.
Hay una mezcla de todos estos géneros que no se sabe cuándo hay y cuándo no hay una opinión. Al final no se dice nada: ni se informa ni se opina.
Yo tengo una anécdota del periodismo de hoy que dice mucho de su estado. Cuando el presidente Ricardo Lagos de Chile me invitó a su toma de posesión, al llegar al país, en una rueda de prensa me preguntaron qué creía sobre el retorno a Chile de Pinochet. Yo les dije que me había quedado asombrado de lo milagrosa que era la tierra chilena porque Pinochet había llegado inválido, en una silla de ruedas, pero al pisar el aeropuerto, se levantó y echó a andar. Y ya que la tierra chilena podía hacer milagros, era justo que yo pidiera que ese milagro se diera también en los asesinados que están enterrados por toda la tierra chilena, que se levantaran a exigir justicia. Yo sé que mi respuesta era un poco fuerte, pero era mi punto de vista sobre una pregunta. Al otro día, ningún periódico chileno hizo referencia de la noticia. Por el contrario, cuando reseñaron qué se me preguntó sobre el general Pinochet, dijeron: “Ha dado las respuestas obvias en el tono esperado”, y punto. Si mañana alguien se pregunta qué estuvo haciendo Saramago en Santiago de Chile cuando se le preguntó sobre Pinochet, evidentemente, la única referencia que tiene es esa. Eso es terrible.
UN DÍA EN LA VIDA DE UN PREMIO NOBEL
“Me levanto todos los días como a las ocho y treinta de la mañana. Preparo mi desayuno que consiste en tostadas andaluzas con aceite y azúcar, jugo de naranja y yogurt. Después tomo café. Yo no soy de mucho comer. Después, bajo al jardín con mis tres perros.
Ellos siempre van conmigo y me acompañan tanto dentro como fuera de la casa. Son dos perros y una perrita que es de mi esposa. Están para defender a su amo de todo lo que signifique peligro.
La perrita se encierra en el cuarto con mi esposa y cuando voy a dormir y abro la puerta ella gruñe y ladra y amenaza con morderme. Pero cuando me ve no me hace nada, pero se pone a morder con fuerza el borde de la puerta. Afortunadamente, nunca me ha mordido.
Después del jardín subo a mi despacho, en la segunda planta de la casa, a través de una escalera de caracol.
Lo primero que hago después de encender el ordenador es revisar mi correo, contestar las cartas y corregir lo que escribí el día anterior.
En esos trajines paso la mañana. Después de almorzar, leo los periódicos y mientras leo me quedo dormido. Esa hora siempre la dedico a dormir una siesta, sobre todo, porque los periódicos hoy son un somnífero, en especial sus páginas políticas.
Sobre la cinco de la tarde subo de nuevo a mi despacho y me pongo a escribir hasta las ocho o las nueve de la noche.
En estas horas van mis páginas de creación. Al terminar ceno y me voy a dormir. Generalmente me acuesto temprano en la noche.
Yo soy un escritor atípico.
No me gusta el whisky, no me gusta el ruido, no soy ni quiero ser un marginado de la literatura. Yo soy un ser social. Soy una especie de animal doméstico.
Necesito para vivir mi casa, con mis libros, las rosas, mis perros, mi cama, la calle.
Sólo puedo escribir en mi casa. Necesito tener las cosas que amo a mi alrededor, en mi sitio.
Llevo una vida muy simple, nada espectacular. Como lector leo todo tipo de literatura, sobre todo contemporánea, no tengo preferencias”.
La tecnología
M.F: A mí me llama la atención esa expresión suya de que el ser humano le importa más que la tecnología. En estos tiempos existe un boom tecnológico que da la apariencia que en algún momento puede suplantar tareas propias del ser humano. ¿Usted reconoce ese conflicto? J.S: Yo creo que sí. Lo importante es que el hombre se beneficie de ese desarrollo de la tecnología y evite que lo suplante.
Yo por ejemplo, me he beneficiado de la tecnología en el sentido de que escribo en computadora y mi correo actual, fundamentalmente, es electrónico. Yo he sido siempre un hombre de mi tiempo que me he sabido adaptar a las circunstancias y a la tecnología del tiempo que me ha tocado vivir y las he aprovechado en mi condición de escritor. Al principio escribía a mano, con una buena pluma. Después me hice de una máquina de escribir que todavía conservo con sus letras casi borradas de tanto teclear. Y ahora escribo en un ordenador porque creo que este medio electrónico tiene muchas ventajas para el escritor. Lo que está pasando hoy es que mucha gente se cree que la computadora es una especie de tercer brazo.
El problema está en entender que la computadora piensa. Y la única responsabildiad que uno tiene que tener frente a la palabra, a la información, es la capacidad de reproducir y el compromiso de la fidelidad a ese principio. A mí lo que me parece más importante es que el instrumento está ahí, no es tanto que el instrumento pueda suplantar al hombre, sino que el hombre o el instrumento no sean capaces de usar la palabra en su sentido de informar la verdad.
O que el instrumento se utilice para sustituir esa función del hombre de pensar y de escribir su pensamiento tal y como es. Con toda la rapidez de los avances tecnológicos a veces nos olvidamos de pensar. Yo digo siempre que junto al periodismo de investigación, al periodismo de información y el periodismo de opinión está el periodismo de reflexión, que es el más difícil, necesario.
Suplementos culturales
Zaida Corniel: ¿Cómo usted ve la evolución de los suplementos culturales? JS: Los suplementos culturales de hoy han tenido una evidente evolución en contra de la literatura y del valor de la palabra. Antes, los suplementos comenzaban con literatura, en sus páginas tenían prioridad cuentos, poemas, novelas, ensayos y artículos de pensamiento.
Después iba algo de teatro, y al final de todo, se incluían aspectos de la música y otras manifestaciones culturales no relacionadas con el mundo de la palabra. Lamentablemente eso se ha perdido hoy y los suplementos culturales lo que menos recogen es literatura. Por el contrario, la literatura va al final, y ya casi ni se publica ficción. La música, sobre todo la popular, el cine comercial y otras propuestas de entretenimiento ocupan las portadas y los espacios privilegiados de esos suplementos, por lo que considero que están en crisis. Yo sé que con el paso del tiempo hay que aceptar los cambios.
Pero en este caso, los cambios son muy lamentables porque incluyen un total divorcio con la capacidad reflexiva de la palabra escrita. Hay una inversión total de valores. La palabra movilizadora, provocativa, que pregunta y que interroga, está siendo suplantada en esas publicaciones por el aturdimiento.
La cuarta vía
José Rafael Lantigua: ¿Usted no cree que hay que pensar en una cuarta vía ante el fracaso de las ideologías y de la democracia de las tres primeras vías? JS: La cuarta vía, y lo he dicho un poco en broma, porque no es una cuestión de números, es el surgimiento de un pensamiento que otorgue una máxima prioridad al respeto de los derechos de los seres humanos y de la humanidad.
Y ese pensamiento prioritario se debe llevar a la práctica social y política. La prioridad del ser humano está establecida en la Carta Fundamental de los Derechos Humanos, ésa que tanto se irrespeta. ¿Dónde ha ido a parar la exigencia moral y ética del cumplimiento de la Carta de los Derechos Humanos? En el año 1998, en ocasión del 50 aniversario de la creación de ese documento, los diarios de todo el mundo se llenaron de alabanzas y comentarios laudatorios y entusiastas en su favor. Pero de esa fecha al presente nadie habla de ese documento. Al contrario, se ignora, no se menciona ni la palabra. Parece que el número cincuenta con su redondez levantó en el mundo una toma de conciencia externa en favor de los derechos humanos. Pero ni eso ha servido para garantizar su respeto.
Parece que habrá que esperar 50 años más para que se vuelva a hablar de su importancia.
JRL: Los totalitarismos, de derecha o de izquierda, han sido violadores de los derechos humanos...
JS: Pero quien los está enterrando definitivamente es el capitalismo en su versión actual.
La globalización es una nueva forma de totalitarismo.
Y este nuevo sistema totalitario no se parece en nada a sus regímenes predecesores, ya sean rojos, marrones o azules.
En el régimen global, la primera pregunta es quién ostenta el poder. Lógicamente que el poder no lo tienen los gobiernos nacionales a través de los partidos políticos, sino las grandes empresas trasnacionales.
En octubre del pasado año participé en un evento internacional al que también asistió el escritor norteamericano Norman Mailler, y al final, en una entrevista que le formularon, Mailler aseguró que Clinton será el último presidente de los Estados Unidos, porque a partir de ahora las corporaciones y las trasnacionales ya no necesitan intermediarios, sino que ellas mismas son las que tienen el control total de las naciones. Esto es tremendo. Y no es una calumnia.
Mailler ha interpretado la realidad de su propio país en una perspectiva cruda y efectiva. él va mucho más lejos de lo que yo pueda interpretar, porque él está viviendo dentro de su propio país.
Por eso, cuando yo digo que la democracia es una falacia, no estoy inventando nada.
Su escritura
ZC: En sus textos predominan los diálogos sin la puntuación tradicional, incluso el narrador omnisciente entra en ellos a manera de explicación.
¿Qué persigue con esta técnica?
JS: Eso se ha llamado el estilo Saramagiano. En mi caso tengo una doble intencionalidad en la historia que es la reflexión del narrador y la presencia del autor en lo narrado.
Es todo lo contrario de otros escritores que dicen que el escritor debe estar fuera de la historia y dejar que el narrador sea el testigo excepcional de los hechos. Yo lo justifico de esa forma. En mis textos no aparece el narrador.
No entiendo porqué siempre tiene que haber un narrador en la obra literaria, el narrador puede ser también un personaje.
Y en mi estilo yo integro al narrador a la historia.
El autor manipula a sus personajes y puede manipular al narrador. Pongo el ejemplo del teatro. En este género los personajes son autónomos y no hay nadie junto a ellos que esté introduciendo sus conductas y procederes. Yo soy en ese caso muy radical. Además, el lector no siente al narrador ni le interesa que siempre exista alguien informándole constantemente lo que va a suceder en el libro que tiene delante de sus ojos. El lector lo único que quiere es leer una buena obra literaria.
Yo establezco con mis lectores una relación muy particular.
Ellos me escriben desde todas partes del mundo. No son cartas donde solamente me comentan acerca de mis novelas, sino donde sus autores me cuentan sus vidas. Ellos no se comunican con un autor, sino con una persona. Mi trabajo literario es un puente para llegar a esa persona en particular que puedo ser yo o cualquier otro escritor.
Mi estilo nació a partir de una novela que terminé en los 80, “Levantado del suelo”. Y las circunstancias fueron extrañas.
Yo había estado en el sur viviendo una temporada y recogí las historias de esas gentes. Escribí una serie de historias sin un orden prioritario, y al final no sabía qué iba a hacer con ellas. Y me senté a trabajar y salió un libro. Pero cuando lo estoy escribiendo, alrededor de la página 24, sin darme cuenta, y en pleno proceso de redacción me pongo a escribir distinto a como lo hacía antes. Entonces comienzo a escribir corrido, sin puntos, a no separar los párrafos y a poner comas para separar las oraciones, así como guiones y puntos suspensivos.
En otras palabras, me puse a manipular los guiones y los puntos, y al corregir después los primeros capítulos me di cuenta que la forma esa era tan original que no necesitaba para nada los signos de puntuación. Y además, se justifica. ¿Cuántos modos gramaticalmente autorizados existen para decir la palabra NO? Hay muchos, con exclamación, admiración, interrogación, afirmación, y una infinidad de decires del NO que es casi asesino. ¿Cómo se entiende a una mujer que le dice a un hombre que NO quiere salir con él y sin embargo sí quiere salir? Es una de las miles de formas. Además, yo respeto al lector y a su capacidad de descubrir los personajes y los diálogos a partir del mismo estilo.
Vivian Jiménez:
El uso de las mayúsculas en palabras que según las reglas gramaticales no las deben llevar y que usted utiliza en algunos de sus libros, como por ejemplo, en “La balsa de piedra” ¿forma parte de su particular estilo de escritura o con ello busca resaltar determinada palabra y su contenido?
JS: Sí, es parte del estilo. Yo uso comas en vez de punto y seguido o de guiones. En vez de poner un guión, comienzo una mayúscula y que el lector sabe, de ver una mayúscula, que quien habla es la otra persona. Para mí las palabras y la lectura no son cuestión de mayúsculas y minúsculas, sino de sonidos y pausas. En el fondo, hablar es lo mismo que hacer música. Se habla con pausas y sonidos. No es más racional el diálogo escrito de la forma tradicional que en mi estilo. Para mí, los puntos y las comas son cuentión de pausas que las puedo dar, con cualquier signo de puntuación, porque además, tienen un ritmo que el lector puede advertir.
Yo recuerdo haberle regalado una de mis novelas a un amigo mío, quien me llamó al día siguiente para decirme que no entendía nada. Yo le dije que probara leyendo en voz alta y él me hizo caso. Al siguiente día me dijo que ya la entendía, y que justificaba, incluso, los signos de puntuación.
Mi amigo, como lector le había puesto al texto todo lo que le faltaba desde el punto de vista interpretativo. La relación del lector con mis novelas yo diría que es muscular, en el sentido de que la lectura le provoca movimientos ya que está retado a añadir a la lectura su propia ilusión.
El lector sabrá cómo poder leer la palabra NO en la circunstancia en que se está narrando y que esa palabra no sólo puede ser entendida en la forma en que se da a entender por el escritor. Si no lo hace o lo interpreta así, entonces queda fuera de la lectura.
En mi caso cuando estoy escribiendo una novela lo que más difícil me resulta es escribir las dos primeras páginas. Y no es por el hecho que los principios son contradictorios, porque hay que “calentar los motores”.
Yo necesito escuchar dentro de mi cabeza la voz que está diciéndote en el alma. A lo largo de todas mis novelas he tratado de equilibrar tanto al narrador como al músico. Una frase tiene su sentido completo.
Pero el músico se da cuenta de que la frase está completa sintiéndola en el alma, como un compás. Y no es el ritmo. Es que la frase no funciona sin un discurso musical. Todo esto es más responsable de lo que parece a simple vista.
Y además, eso debe tener la presencia total del escritor dentro de la historia, porque, en mi caso, el narrador no existe, es el escritor.
El escritor no es más que la memoria que tenemos. En el fondo, esto tiene que ver con el pensamiento y la forma de pensar porque el hombre, de la misma forma en que tiene dos biografías tiene también dos memorias y dos pensamientos.
NOTICIA DE NOBEL LE LLEGÓ EN AEROPUERTO
M.F: ¿Qué pensó cuando le dieron el Premio Nóbel?
Yo no pensé nada. El año anterior, cuando Darío Fo lo recibió, llamó a mi casa y en sentido de broma me dijo que era un ladrón y que me había ‘‘robado’’ el Nobel, pero que el año próximo lo iba a obtener. En esa ocasión, yo estaba en la Feria del Libro de Frankfurt. Me habían invitado a participar en una mesa redonda con otros colegas.
Y el anuncio del Nobel fue un sábado. Coincidió con la hora de la salida del avión.
Me encontraba en el salón de espera y me percaté que había un retraso, y me levanto a llamar a la Feria del Libro para explicarles lo que había pasado. Y mientras estoy esperando, escucho que me llaman por mi nombre y veo a una azafata mirando en todas direcciones como buscándome. Cuando me dirijo hacia ella y le pregunto por su reclamo, ella tenía un celular en la mano y me informaba que una periodista quería hablar urgentemente conmigo. Y yo escuchaba una voz que de lejos le decía: ‘‘Póngame urgente a ese señor que acaba de ganar el Nobel’’. La azafata entonces me mira y me saluda con esa certeza. O sea, yo me entero por una azafata.
Le respondí a la periodista, y mi editor en Frankfurt me llamó para festejar la noticia.
Yo me resistí, pero al final me convenció y aplacé el regreso.
Lo que más me impresionó fue que durante el trayecto del lugar donde estaba la azafata, hasta la puerta de salida del aeropuerto, no se encontraba ni una persona. Mientras caminaba a la búsqueda de mi editor me sentí el hombre más solitario del mundo. Todo me había parecido tan especial que lo que realmente tenía importancia para mí en ese momento era el Premio de la Soledad Total.La soledad prosigió su curso, porque a mi llegada a la puerta del aeropuerto, mi editor se demoró unos treinta minutos más, y todo ese tiempo, también permanecí sin nadie a mi alrededor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario