José Saramago nos trae un libro que nos atrapará desde su comienzo. Y el porqué es bastante sencillo. Lo interesante es la propuesta que nos hace llegar: un mundo sin muerte. O mejor dicho, un país.
De eso se trata “Las intermitencias de la muerte“. Seremos testigos de una maravilla nunca antes vista, un milagro dirán algunos. Un país entero sin muerte. Así comienza la historia, cuando de repente un 1º de enero, simplemente nadie muere. Con el correr de los días, y el constante vacío de los obituarios en los periódicos, ya no quedan dudas. No era una simple casualidad o buena fortuna del pueblo del país que Saramago no nos quiere decir su nombre (aunque deja pistas).
En un principio, todo es felicidad en el territorio afectado por la extraña circunstancia. Luego, veremos la decadencia y el caos porque claro, por ejemplo, los hospitales y hogares de la tercera edad se saturarán a más no poder. Las funerarias se quedarán sin trabajo, y ¿quién contratará un seguro de vida sabiendo que es imposible morir? Pues otra industria en la ruina. Y no nos olvidemos de las familias de los “vivos no tan vivos” (es importante aclarar que pese a no estar muertos, los que deberían estarlo no gozan de una salud privilegiada precisamente), quienes deben “soportar” a sus parientes quienes milagrosamente aún respiran el mismo aire que ellos.
En fin, veremos cómo se desarrolla la obra, siempre girando sobre este tema y sus repercusiones.
Todo el libro tiene el toque inconfundible de su autor, el escritor portugués José Saramago. Nos otorga todo lo necesario para muchas reflexiones personales a lo largo del relato.
Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, se destacan sus obras: Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, El hombre duplicado, El año de la muerte de Ricardo Reis y De este mundo y el otro.
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