16 abril, 2008

CHA-gays


César Cigliutti y Marcelo Suntheim son presidente y secretario de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) respectivamente. Se casaron en España y ahora buscan ser reconocidos por la legislación local. En esta entrevista cuentan su historia personal y evalúan las actitudes actuales de la sociedad hacia los gays. Mientras que existe una creciente aceptación de los miembros gay en las familias comunes, todavía tienen que luchar con legislaciones atrasadas en muchas provincias. Quieren cambiar la “tolerancia” (con sus implicaciones disminuyentes) por una más completa “aceptación” a través de hacer accecible una amplia y abierta información al público general.

“El rechazo a la homosexualidad cede ante el avance de la información”
César Cigliutti y Marcelo Suntheim –presidente y secretario de la CHA respectivamente– están convencidos de que en la Argentina se logró mucho en la lucha por los derechos de gays y lesbianas, incluso en la aceptación familiar. Pero aún quedan exclusiones odiosas.

La Comunidad Homosexual Argentina (CHA) está a punto de cumplir un cuarto de siglo. ¿Una historia de avance en la lucha por los derechos de los homosexuales? El fin de la clandestinidad…

Marcelo Suntheim (M. S.): –O la posibilidad de vivir plenamente como uno es. Pero sí, hemos avanzado mucho y resta un largo camino.

–¿Qué recuerdan de aquellos días en relación con la lucha que encaraban?

César Cigliutti (C. C.): –Por ejemplo, se comenzaron a abrir los primeros lugares de encuentros para gays, como “Contramano”, que todavía está. Pero también percibimos rápidamente que con la democracia seguían vigentes los edictos policiales y nos perseguían sistemáticamente. Y así, teniendo como primer objetivo luchar contra esos edictos, un centenar de homosexuales se reúne en “Contramano” y nace la CHA, en 1984. En esa época estaba como ministro del Interior Antonio Tróccoli, que era tremendo, bastante homofóbico.

–En esos años hubo algunos asesinatos de homosexuales.
C. C.:
–Hubo varios y sigue habiendo todavía. Son los que llamamos “crímenes de odio”. La CHA todos los años publica un informe anual donde pone todos los casos documentados de asesinatos.

M. S.: –La característica de los crímenes de odio es que la autoridad encargada de la investigación adscribe inmediatamente a que son crímenes pasionales cuando están de por medio la marica y el travesti.–¿En qué está en deuda el Estado para con la homosexualidad?

C. C.: –En que nos reconozca como ciudadanos de pleno derecho, lo cual tendría hacia el conjunto de la sociedad una función importante.

–¿Cuál? ¿Una decisión rectora?

M. S.: –Claro, una decisión educadora. Sería muy importante que se modificara la Ley Antidiscriminatoria, que todavía no incluye la orientación sexual a pesar de que hace 10 años que proponemos proyectos en esa dirección. También hay que alentar desde el Estado un debate sobre derechos básicos: pensión por fallecimiento, herencia... debe hablarse también de adopción, más allá del consenso a que se arribe, e incluso hablar de si nos incluimos en un contrato social llamado matrimonio. Si se avanza sobre estos temas se estará avanzando sobre la aceptación de nuestra condición.

–“Aceptación” y “tolerancia” son palabras con distinto rango en su contenido. ¿Qué alcances les acreditan en función de los reconocimientos que procuran?

C. C.: –“Tolerancia” implica una situación de poder en la que hay alguien que tolera algo que no le parece bien pero lo tolera, y hay, claro, un tolerado, una persona con menos poder que recibe la bendición de la tolerancia. Pero el que tolera puede tolerar hoy y no mañana; en cambio, “aceptación” implica una relación entre pares.

M. S.: –Pero para el caso de la homosexualidad es un vínculo que tiene algunos ribetes. Mis derechos dependen de que otros los reconozcan, los acepten. Pero la vigencia de nuestros derechos no puede quedar librada a que los “otros” los acepten, no puede depender de lo que piensen las personas. En consecuencia, es el Estado el que debe garantizar esa vigencia, sin importar que haya gente que no la acepte. En días más, por caso, vamos a renovar nuestra campaña contra los edictos de códigos de Faltas que aún están vigentes en varias provincias y que son definidamente discriminatorios.

–¿Desde lo provincial qué geografía ofrece la Argentina en relación con esas vigencias?
C. C.:
–En 10 provincias están muy vigentes edictos de contenido discriminatorio, persecutorio para todo aquello que emerge como “diferente”. Las provincias del norte son, en este sentido, paradigmas de esta cultura, fundamentalmente Salta.

–¿Qué expresa esa cultura?
C. C.:
–Tradicionalismo, conservadurismo, sociedades muy atadas a lo católico. Pero también está el caso de Mendoza, con un grado de desarrollo superior a las del norte pero con mucho de la cultura de éstas en lo que hace a normas. El Código de Faltas de Mendoza, aplicado de manera tremenda, dice que cualquier persona que sea trabajadora sexual se debe someter a análisis sobre enfermedades infectocontagiosas. Si le dan positivo, la detienen por 45 días para tratarla con inyecciones de penicilina... ¡qué necesidad de esa detención para tratarlas! ¡No hay que tenerlas detenidas! Lo que buscan esas normas es condicionar lo distinto, perseguirlo.

M. S.: –Lugares donde la homosexualidad es apreciada como perversión. Un punto de vista muy arraigado en el manejo del aparato del Estado desde tiempos muy lejanos y en el cual han sido educadas generaciones tras generaciones.

–Albert Camus escribió que, según en qué momento se la mire, la familia puede ser un lugar muy seguro o muy inseguro. ¿Evolucionó la familia argentina en la aceptación de que uno de sus hijos es homosexual?

M. S.: –Sí. Hay un dato elocuente de esta evolución. Una vez notificados los padres por parte de un hijo o hija que les confiesa ser gay o lesbiana, hay una fuerte tendencia de esos padres a informarse sobre los derechos que tienen sus hijos y buscan que reciban información adecuada para que no se dejen pisotear. Los padres vienen a la CHA, nos preguntan cómo podemos ayudar a los chicos. Este tipo de consultas se torna muy frecuente desde hace no más de cuatro años a esta parte. También hay llamadas de jóvenes que buscan información. En la CHA tenemos dos áreas muy grandes: una de salud y otra jurídica. La primera atiende un promedio de 600 consultas anuales; la otra, 1.800. Son chicos que nos hablan de lo que les pasa, lo que les sucede, y así el tema se torna abierto, cristalino... y eso ayuda a la familia.– ¿Cómo reacciona actualmente?

M. S.: –Hace 20 años, la homosexualidad no sólo era algo que se negaba sino que se expulsaba de la familia. Era el hijo que se iba de la casa, nadie volvía a comunicarse con él, era nombrado pero no invitado en Navidad... la aceptación en la familia hoy es creciente.

–¿Qué cambió para que la familia hoy reaccione diferente?

M. S.: –La información. El rechazo a la homosexualidad, incluso el odio a ella, cede ante el avance de la información. Cuando la gente, ya sea por internet, por lo cotidiano o por lo que sea, se informa sobre la homosexualidad, sobre sus derechos; cuando se ve que la política y otras instituciones se ocupan de los gays y se habla libremente del tema, cuando se ve que los medios abordan el tema directamente... bueno, el mundo familiar asume el tema con adultez. Y en esto se está avanzando, sí, sí. –¿Cómo se da esa aceptación en la familia?

M. S.: –La primera instancia en los padres es la de preocupación. Caen todas las fantasías que tenían proyectadas: “Mi hijo no me va a dar un nieto, no se va a dar la continuidad del apellido...”.
Cuando el chico a los 14 años les dice “soy gay”, empiezan los llantos y la culpa entre los padres. Pero después pasan a la búsqueda de información. Y se encuentran con que profesionales prestigiosos sostienen que lo que antes se llamaba “enfermo” o “perversión”, la nueva psicología dice que no es una enfermedad sino una manifestación más de la sexualidad que no debe llevar a grandes preocupaciones, sólo la de cuidar que la persona no sea agredida ni discriminada.

–Eso les da tranquilidad y conocimiento a los padres, ¿no?

C. C.: –Claro. Ahí es donde bajan la fobia y el rechazo y donde se empieza a hablar de aceptación familiar. Se da que hay mucha más información y el Estado empieza, tibiamente, a ocuparse de estos temas. Entonces la gente nos percibe como sujetos de derecho. Hace siete u ocho años los padres se preocupaban porque su hijo no iba a conseguir pareja porque no había modelos sociales, no existía una pareja conformada peleando por sus derechos.

LOS ELEGIDOS
César Cigliutti nació en Entre Ríos hace 52 años y es licenciado en Letras. Marcelo Suntheim es misionero, tiene 40 años y dejó la carrera de Ingeniería para dedicarse de lleno al trabajo en la CHA. Se conocieron en una Marcha del Orgullo Gay y hace once años que conviven. .

Fueron los primeros que dieron el “sí” en el Registro Público de Unión Civil, el 18 de julio de 2003. Como en la Argentina no existe, por el momento, una ley que admita el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, en enero pasado decidieron casarse en Madrid. “Ahora vamos a reclamar el reconocimiento del matrimonio en nuestro país”, aseguran. Cigliutti, hijo de un oficial en situación de retiro del arma de Ingenieros del Ejército Argentino, descubrió su inclinación sexual en su adolescencia: “Lo fui confirmado cuando me enamoré de un compañero de colegio”, comenta.

¿Suntheim? “Me di cuenta a los 8 años, justo antes de una mudanza de mi familia. Se dio un episodio en el que vi sin remera a un compañerito que me gustaba. Entonces le comenté a mi hermano lo lindo que era mi compañerito. Recuerdo que mi hermano, de 10 años, me dijo: ‘¿¡Cómo te gusta él!? Te tienen que gustar las chicas’. Me resultaba natural y claro que me gustara él y no las chicas. El problema –continúa Suntheim– fue que mi hermano se lo contó a mi madre y ella después me explicó cosas de los degenerados...”.
Pero ésa es otra historia, un episodio menor en el largo proceso de la historia de la sonriente pareja Cigliutti-Suntheim.
CARLOS TORRENGO

Juan Ignacio Pereyra .
Fuente: Rio Negro. Caricatura:R.Brobow

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