14 abril, 2014

ETICA DEL DESEO....

 En la estela de Epicuro y Spinoza, Javier Sádaba reivindica en su último libro "Ética erótica", los deseos que nos acercan al desarrollo de una vida ética y a la consecución de la Vida Buena.

Ilustración de la portada de Ética erótica (Península)

Para llegar a la siempre difícil definición de ética parece evidente distinguir dos aspectos: uno, impositivo, huraño, con cara de señor enfurruñado que nos dice lo que no debemos hacer; y otro, positivo, más amable, que abre puertas a aquello que podemos y debemos hacer para tener un comportamiento ético. Tradicionalmente se ha hecho un mayor hincapié en la primera parte, en la de los noes y las prohibiciones. ¿Razones? Quizá porque, en principio, pone menos dificultades y hay un mayor consenso en emitir sentencias como “no hay que matar”, “no hay que humillar”... Y es más problemático plantearse asuntos como “¿debo ser altruista? ¿Siempre? ¿Con todas las personas por igual? Esta ética positiva, afirmativa, Sádaba la engloba en su cruzada por la Vida Buena: una buena vida cercana, cotidiana, pues es en ella “donde somos mejores y peores; es decir, donde se desarrolla la vida moral”.

Pero antes de entrar en faena, el autor hace, en la introducción de Ética erótica, un ejercicio libérrimo y depurador contra la grasa que rodea el término “ética”. Porque es una palabra modosa que mandarines de todo pelaje no han dudado en agenciarse para decorar sus discursos. Sádaba los repasa uno por uno y pico-pala va haciendo caer todo tipo de mitos considerados válidos –más que válidos, intocables– como la Transición, la Constitución, el juego de la izquierda y la derecha…–. Es un ejercicio valioso que trata de re-llenar de sentido el malogrado término de “ética”. En adelante, el autor tratará de que ese contenido no solo sea exista, sino que sea nuevo, renovado.

¿Cuál será ese contenido? Todo lo que nos acerque a la Vida Buena es ético. Con sus niveles; desde “un besugo al horno, un tequila o agua fresca” hasta una conversación, la amistad, el amor y la música, bendita porque “si Dios existe, es Música”, como le gusta decir a Sádaba recordando palabras de su padre.

¿Cuál es el camino? El de nuestros deseos. Tanto tiempo dedicado a caparlos que existe cierta atrofia a la hora de cultivarlos, cierto miedo incluso a la hora de pronunciar esa posibilidad… Pero es preciso recuperarlos, apostar por la erotización posible de la vida cotidiana.

¿Con qué aliados contamos? Herramientas como la sensibilidad, la imaginación, la sexualidad o el humor son ayudantes de primera a la hora de atender a los deseos. A todos ellos les dedica Sádaba el capítulo que merecen.

 

¿Para qué? Para poner en práctica lo que el libro defiende con vehemencia: que la ética no se aprende, se hace y se construye con las manos, con la lengua, con una mirada, un sonido y un aroma… A golpe de sentido y sentimiento. “La ética no es pasiva –afirma Sádaba en su invitación final–, no se dedica a hablar de sí misma, a mirarse al espejo o, en puro autismo, a desconectar de lo que sucede en el exterior”. La imaginación, el humor, el erotismo son flechas que tensan y llevan más lejos nuestra capacidad de sentir, que amplían posibilidades, agrandan nuestro campo de acción y descubren alternativas. No se trata ni de teoría ni de un libro más sobre ética, se trata de pasar página (la última) y entregarse a la acción. ■ PGR

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