¿Debemos retirar los crucifijos de las escuelas públicas?, ¿Debemos seguir manteniendo a la iglesia con nuestros impuestos? .... ------
Monseñor Cañizares, príncipe de la Iglesia y alto cargo Vaticano, nunca ha tenido dudas: Las campanas doblaron y seguirán doblando solo por los vencedores.
*José Antonio Martín Pallín (El Periódico, 22-12-2008)
La Iglesia jerárquica siempre tuvo la habilidad de ajustarse a los intereses dominantes. Ha demostrado, a lo largo de los siglos, una cierta alergia a la democracia y ha sabido convivir, sin mala conciencia, con las más siniestras dictaduras. DESDE SU orígenes se puso en pie de guerra contra la Segunda República. Cuando los militares golpistas se rebelaron contra el orden constitucional no dudaron en ponerse fervorosamente a su lado cubriéndolos con el manto de la Cruzada. Su alineamiento coincidió en el tiempo con unos movimientos obreros mayoritariamente agrarios e incipientemente industriales atraídos por doctrinas en boga que predicaban la revolución proletaria y abominaban de la democracia liberal a la que identificaban con las insoportables desigualdades que les tocaba vivir a diario.
El levantamiento militar esta vez no era para restaurar una dinastía monárquica, su objetivo era instaurar un régimen totalitario a imagen y semejanza del nazismo y el fascismo. Los militares golpistas diseñaron una política de exterminio cuyas directrices las plasmaron por escrito sin rubor en numerosos documentos. La caravana de la muerte que tan certera y trágicamente relata Francisco Espinosa en su libro del mismo titulo es el modelo que después se implantaría en toda España, prolongándose mucho mas allá de la victoria militar. El ejército sublevado era recibido en los pueblos ocupados con redobles jubilosos de campanas volteadas por el cura de la localidad. Los moros mercenarios se sentirían desconcertados ante el entusiasmo de los que tras ocho siglos de reconquista los recluyeron en la zona de Marruecos donde siguieron sufriendo el dominio español. Los atrapados, con el temor marcado en el rostro, fueron entregados para su ejecución sin formación de causa. Se los llevaron a las tapias del cementerio. En la plaza del pueblo se escuchaban las descargas de los fusiles y el silencio de las campanas. Algunos curas tocaron jubilosos las campanas al sentirse seguros de su suerte, otros también pudieron tañerlas porque su cercanía a los vecinos y la preocupación por sus problemas les había salvaguardado de reacciones airadas. Unos pocos conscientes de su posición privilegiada evitaron que muchos fuesen fusilados.
Mientras la muerte y la desolación arrasaban nuestro país las campanas seguían sin doblar por todos los muertos. El día de la victoria todos los campanarios lanzaron sus espadañas al viento. Los vencedores añadieron la muerte cruel, selectiva e inmisericorde a los que habían sobrevivido. Los que no fueron ejecutados, después de parodias judiciales, les esperaba el campo de concentración o el exilio. Las matanzas no cesaron pero las campanas seguían sin doblar. El general vencedor era recibido por la Iglesia con las campanas al vuelo, los brazos en alto y los palios serviles, pero las campanas seguían sin doblar por los vencidos. El ritual de la misa incluía plegarias por su salud y eterna vida. Los púlpitos resonaban en alabanzas al salvador de la verdadera y única España. Más tarde de lo deseable llegó la Constitución. Los valores democráticos, por los que muchos de los vencidos habían luchado, comenzaron a implantarse no sin reticencias o cautelas.
Las homilías del cardenal Tarancón no sirvieron para que la Iglesia, que se había volcado en favor de los vencedores, iniciase un periodo de reflexión. Perdido parte del poder terrenal decidieron utilizar el fantasma de la excomunión contra los políticos que sacaron adelante el divorcio o la recortada ley de la interrupción voluntaria del embarazo. Inasequibles al desaliento se han alzado contra la educación para la ciudadanía oponiéndose a que los jóvenes conozcan la historia de la conquista de los derechos humanos y lo que significa su implantación para la convivencia pacífica y democrática.
EL CARDENAL Cañizares, desde hace tiempo, mantiene que no es necesario ningún milagro para beatificar a los que murieron, según su peculiar visión, por odio a la religión. Ignora el ilustre prelado que nunca la guerra civil fue una guerra de religiones. Ignora también, ignora tantas cosas, que los vencedores fusilaron a sacerdotes vascos. ¿Fue también por odio a la religión, monseñor?. Lo último y lo que queda por llegar lo sabemos o nos lo imaginamos. Monseñor Martínez Camino ha justificado la beatificación tardía no como una obligación incumplida. Curiosa obligación que tanto ha podido demorarse desaprovechando la oportunidad de que el fasto de los vencedores hubiera contribuido a la magnificencia oficial del la ceremonia. No creo que el problema de la Iglesia oficial del presente sea el anticlericalismo o la "cristofobia". Tiene raíces mas profundas. Han perdido el contacto con la realidad y son incapaces de aceptar la pérdida de sus privilegios y la imposición coactiva de sus dogmas. Pueden leer el prólogo de la novela de Ernest Hemingway ¿Por quién doblan las campanas?: "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti". Un esperanzador mensaje de quien puso fin a su vida sin importarle los anatemas.
*Magistrado emérito del Tribunal Supremo
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