Su muerte me privó de una gran amiga, la abuelita cariñosa que recuerda todo su pasado con nostalgia indescriptible, a nosotros nos envolvía en una magia escucharla y cuando llegaba el momento de tener que dejarla me agarraba por un brazo, "no te vayas, me decìa", tu presencia aquí es como un bálsamo bendito.....
Màs un dìa le dijo inesperadamente adiòs a la vida....ni que decir que cumplí con su encargo, sus familiares llenaron tres maletas, batas, pantuflas, libros de superación personal, rosarios, biblias, jabones, talcos, colonias, sábanas, toallas, gran parte de estas cosas eran obsequios que les hacían para su cumpleaños y día de las madres , todavía conservaban su papel de regalo con su clàsica moña.
Sin que pasara mucho tiempo, cierta fresca y reconfortante mañana de domingo, nos fuimos a cumplir nuestra misión, a las tranquilas ancianitas del asilo como un obsequio post-morten de Doña Enriqueta.
Me impactaron sus rostros surcados por el paso de las dècadas y los sufrimientos, años y años quizás de privaciones y vida laboriosa, dejaban resquicio a la tenue luz de unos ojos de mirar tranquilo.
Manos sarmentosas de asperas palmas y piel finìsima, casi transparente y arrugadas se iban extendiendo a nuestro paso. Unas pendían solas, otras aferradas a un pedazo de tela o a laticas de leche condensada.
Sus cuerpos resecos apagados se movían con lentitud auxiliadas de toscos bastones entre el jardincillo bordado de cayenas rojas. La larga y trabajosa carrera de la vida despuntaba... con todo la buena fortuna les habìa sonreido, ni sucumbieron en medio de las màs terribles tormentas, y ni albergaron en sus corazones rencores, o desmedidas ambiciones, porque de ser asì muy probablemente no hubiesen podido llegar a las metas que arribaban achacosas pero sanamente despreocupadas.
Realmente envidiable, pensamos, aquella tonta e indefinible placidez, mientras nos sentàbamos en un banco debajo de una gran mata de mango para contemplarlas a gusto.
Unas fumaban cachimbo....otras envolvian sus pachuchès en papel de estraza dàndoles al encenderlos golosas bocanadas con sus bocas casi siempre desdentadas. Alguna que otra viejecilla intentaba zurcir un par de medias gastadas y las màs en grupitos pequeños aquì y allì parloteaban incansables de su menudencias.
Para ellas la diaria hecatombre y los problemas de envergadura habìanse quedado definitivamente atràs. Aquella amplia casona, tranquila, apacible y acogedora enclavada y bordada de jardines, su malla ciclònica y el azul-plata del mar caribe al sur, habria de ser el ùltimo reducto de sus existencias.
"Y no se crea señorita, me dijo una de las monjitas, hay de estas viejitas que nos entierras a Ud y a mì, de lo fuertes que son y del estusiamo e interès por la vida que sienten". A lo lejos alguien hizo sonar una campanilla. Vimos nuestro reloj y nos dimos cuenta que eran pasadas las doce M. y llamaban al almuerzo.
Un solazo derretidor estaba plantado medio a medio al cielo de un azul limpìdo. Como un sola mujer ciento y pico de viejecitas de todas partes del paìs iban aunque despaciosas, decididas al condumio, "feliz momento este...pensàbamos para chicos y grandes, feliz y reconfortante como pocos, por achacosos y arrugados que estè el cuerpo!...
visita ancianas asilo
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