29 noviembre, 2006

NUESTRA ZONA COLONIAL, PATRIMONIO DE LA CULTURA UNIVERSAL...



La Zona Colonial de la ciudad de Santo Domingo del Puerto ostenta el bien merecido titulo de patrimonio de la cultura universal.

Tan honroso y digno galardòn solo ha sido otorgado a muy contados sectores, monumentos o zonas en todo el globo terraqueo.

Las ruinas del templo de Palas Atenea en Grecia, la esfinge y las piràmides de Egipto, los templos pre-colombinos de las culturas Azteca, Maya Quichè, Inca, y otros tantos que quizas algo de la docena y media...y entre las glorias de la cultura mundial està nuestra Zona Colonial punto de partida y eje de una epopeya monumental, la conquista, la colonizaciòn y conversiòn al cristianismo del continente americano, aùn asì cuando la historia se ha encargado de poner en su justo lugar estos acontecimientos en cuanto se trata de la exterminaciòn de nuestra raza la Taina .

Las cenizas de la divina Salomè, desde su cripta en el Panteòn Nacional debe estar brincando de albricias y alegrìa. Ella que en su tràgico poema "Ruinas" se lamenta del estado de postraciòn que habìa llegado la ciudad, en los ochenta del S. XIX que pràcticamente conservaba la misma extenciòn de tres siglos atràs, no asì su aristocracia y nombradìa internacional que ni se conocìa.

La antigua "Atenas del Nuevo Mundo" ya no nos pertenece. Es gloria de la cultura universal y como tal debemos amarla y cuidarla como una exquisita flor.

Hay algunas confusiones en torno hasta donde alcanza el galardòn de patrimonio de cultura universal. En primer lugar, no llega a toda la ciudad de Santo Domingo, o sea, su zona colonial. La ciudad intra-muros. "Allà dentro" como se decìa, esto es, lo que hay de ciudad dentro del entorno de las murallas.

Dentro del perìmetro de la zona colonial hay barriadas antiquìsimas como: San Làzaro y su desaparecido Jobo Bonito, San Miguel, San Antòn y Santa Bàrbara.

Nosotros como dominicanos nos tenemos que sentir orgullosos de que un pedacito de tierra nuestra sea legado cultural para todo el gènero humano.

RUINAS

Memorias venerandas de otros días,

soberbios monumentos,

del pasado esplendor reliquias frías,

donde el arte vertió sus fantasías,

donde el alma expresó sus pensamientos.

Al veros ¡ay! con rapidez que pasma

por la angustiada mente que sueña con la gloria

y se entusiasma la bella historia de otra edad luciente.

¡Oh, Quisqueya! Las ciencias que agrupaste

alzaron en sus hombros del mundo a las atónitas miradas;

y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas

la brisa que solloza en tus escombros.

Ayer, cuando las artes florecientes su imperio aquí fijaron

y creaciones tuviste eminentes,

fuiste pasmo y asombro de las gentes,

y la Atenas moderna te llamaron.

Águila audaz que rápida tendiste tus alas

al vacío y por sobre las nubes te meciste:

¿por qué te miro desolada y triste?

¿dó está de tu grandeza el poderío?

Vinieron años de amarguras tantas,

de tanta servidumbre;

que hoy esa historia al recordar te espantas,

porque inerme, de un dueño ante las plantas,

humillada te vio la muchedumbre.

Y las artes entonces, inactivas,murieron en tu suelo,

se abatieron tus cúpulas altivas,

y las ciencias tendieron, fugitivas,

a otras regiones, con dolor, su vuelo.

¡Oh, mi Antilla infeliz que el alma adora!

Doquiera que la vista ávida gira en tu entusiasmo ahora,

una ruina denuncia acusadora

las muertas glorias de tu genio artista.

¡Patria desventurada! ¿Qué anatema cayó sobre tu frente?

Levanta ya de tu indolencia extrema:

la hora sonó de redención suprema y

¡ay, si desmayas en la lid presente!

Pero vano temor: ya decidida hacia el futuro avanzas;

ya del sueño despiertas a la vista,

y a la gloria te vas engrandecida

en las de risueñas esperanzas.

Lucha, insiste, tus títulos reclama:

que el fuego de tu zona preste a tu genio su potente llama,

y entre el aplauso que te dé la fama

vuelve a ceñirte la triunfal corona.

Que mientras sueño para ti una palma,

y al porvenir caminas,

no más se oprimirá de angustia el alma

cuando contemple en la callada calma

la majestad solemne de tus ruinas.

Salome Ureña de Henriquez